Los gobiernos autonómicos más desleales se han convertido en tal problema para la nación que, a fuerza de ser insolidarios, de cometer ilegalidades y de dar el tostón, han conseguido que solo se hable de ellos y de los continuos quebrantos que generan al conjunto de España. A la zaga de estos, va emanando un provincianismo de nuevo cuño que cada vez logra más apoyos, merced al cabreo de los españoles leales que ya van estando hasta el capirote de ver cómo los privilegiados siguen estrujando, con éxito, la ubre estatal. Con lo que, a la tabarra que nos dan los nacionalistas y separatistas de siempre, ahora hay que añadir la pesadez de los arietes cantonales, cuyo discurso se basa, exclusivamente, en esa máxima egoísta de «cada uno a su avío, y yo al mío». Mientras tanto, y al tiempo que los políticos trufan sus discursos con referencias a las «España vaciada» (sic), más por moda que por convicción, comprobamos cómo el mundo rural, el de los pueblos de España, y especialmente el de los municipios de autonomías fieles a la nación y a la Constitución, sigue siendo, de facto, el gran olvidado de este país. Porque son los pueblos más pequeños los que, verdaderamente, sufren esa desigualdad que los aleja de las regiones económicamente más desarrolladas, y hasta de las urbes más pobladas de su propia comunidad.

Lo hemos vuelto a comprobar con el paso de la borrasca Elsa, cuando decenas de pueblos extremeños han sufrido graves privaciones en servicios básicos, como las comunicaciones telefónicas o el abastecimiento eléctrico, mientras que a otros ni se les pasaba por la cabeza la posibilidad de tener que cenar un plato frío a la luz de un candil. O sea que, mientras que otros pueden permitirse el lujo de debatir acerca del sexo de los ángeles, en los pueblos extremeños las prioridades y preocupaciones son algo más terrenales. Y lo triste de todo esto es que, mientras que Junqueras, Puigdemont, y el resto de la comparsa golpista siguen clamando por sus caprichos de niños ricos, en un pueblo extremeño cualquiera puede que el respirador de un enfermo haya dejado de funcionar por las carencias del suministro eléctrico. *Diplomado en Magisterio.