R ecuerdo un documental en el que a unos cuantos jóvenes les proveían de diversos artefactos que reproducían las dificultades físicas de las personas muy mayores. Gafas que simulaban cataratas, audífonos que les dejaban un treinta por ciento de audición, mangas y polainas que les hacían pesadísimas las extremidades. No es difícil imaginar que, si a las lacras de la edad en movilidad, vista y oído, se añaden los dolores musculares o articulares provocados por el deterioro que produce el paso de los años, la vida diaria de los ancianos no es precisamente fácil. Añada usted las pérdidas de seres queridos, la consciencia paulatina del progresivo y casi inevitable deterioro cognitivo y concluya conmigo si no debe ser una prioridad de toda la sociedad, desde las administraciones a las familias, cuidar a los que se encuentran ya en el invierno de sus vidas, con objeto no solo de devolverles todo lo que han aportado sino de hacerles por humanidad la existencia más fácil y amable. Es de justicia, pero también es una exigencia ética.

Poco a poco nos vamos instalando en un mundo en el que sobre todo en las sociedades más pudientes, cada vez hay menos niños y jóvenes, y abundan los ancianos. La respuesta de muchos mandamases y expertos a veces conmociona. Pues en lugar de considerar el fomento de la natalidad como un remedio positivo, animan a que, si se vive más, se trabaje más y se pague menos a los jubilados. La amenaza demográfica es tan seria como la que padece el medio ambiente. Y ambas tienen como denominador común la nula visión de futuro de los responsables de la cosa. Un mundo sin niños es un mundo apocalíptico, pero esta sociedad de la opulencia y la comodidad es un atentado constante a las políticas de aumento demográfico, auténtica tragedia de tantas familias jóvenes que no pueden tener mas de uno o dos hijos.

La población envejece, la tierra se muere, y nosotros vemos acercarse ese futuro que ya estamos sufriendo y nos contentamos con reconocer que va a ser verdad esto del cambio climático y quejarnos de que en el parque cada vez hay menos niños.