Muy pocas personas lloran por el cambio climático, el hambre en el mundo, las grandes enfermedades, las muertes en la carretera o la obesidad infantil. En cambio, casi todos lo hacemos cuando hace un calor asfixiante, cuando sufrimos hambre aguda, cuando le detectan un cáncer a alguno de nuestros familiares, cuando un amigo nuestro muere en un accidente de moto o cuando el doctor nos informa de que nuestra hija de 6 años padece una diabetes del tipo 2. Esto no nos convierte en malas personas, simplemente la vida es así.

Nos preocupamos de los problemas que nos afectan a nosotros o a nuestro círculo cercano. No es de extrañar que la eficacia persuasiva del captador de socios de una oenegé que te asalta a la salida del metro sea prácticamente nula. En la mayoría de los casos, te está hablando sobre problemas que suceden a miles de kilómetros de ti. Fijémonos en el caso de Notre Dame: 850 millones de euros en donaciones en menos de 48 horas. ¿Increíble? Para nada.

Notre Dame era el monumento más visitado del mundo. Cada año recibía aproximadamente unos 12 millones de visitantes, cuya selfi delante de la mítica catedral gótica se convertía en uno de los momentos destacados de su viaje. Notre Dame formó parte activa de uno de los momentos de ocio y diversión de muchas personas, confirmando esto un hecho: el ser humano puede llegar a ser muy solidario y empatizar mucho, siempre y cuando identifique el problema como suyo, como parte integrante de su vida.