Cientos de miles de personas movilizadas desde toda España secundaron ayer en Madrid la manifestación contra el matrimonio civil entre homosexuales. Fue un éxito de convocatoria que deben apuntarse todos los que la organizaron. Desde el Foro Español de la Familia, a la Conferencia Episcopal --representada por 20 prelados-- y al PP. Y fue también una demostración de civismo: no hubo, como en Salamanca hace siete días, exhibiciones ofensivas y revanchistas, lo que es también positivo.

La cívica procesión de la España clerical tenía como lema la defensa de la familia. Pero era mucho más que eso. Era una demostración de fuerza contra la decisión del Parlamento de aprobar una ley que conceda por primera vez derechos civiles a los gays y lesbianas.

Era una protesta para exigir que perviva una discriminación. Para mantener la figura del matrimonio católico de toda la vida que el siglo XXI está enriqueciendo con nuevas fórmulas.

Así lo entienden la mayoría de los demócratas --incluida buena parte de los católicos-- y de los homosexuales. Y fue inteligente que éstos renunciaran ayer a contraprogramar una demostración de signo contrario. Mejor el 2 de julio.