TLtuis de Guindos , ministro de Economía, ha cedido a la tentación de la profecía. Ha dicho que empezaremos a salir de la recesión antes de que termine el año. Allí donde tantos otros hablan de un 2013 en el que se seguirá destruyendo empleo, el pronóstico del ministro parece un poco aventurado. No se le puede culpar por intentar transmitir un poco de esperanza en un momento en el que en las conversaciones de la gente se detecta pesadumbre y hasta tristeza y las encuestas dicen que tres de cada cuatro españoles opinan que en este año que estrenamos las cosas irán igual o peor que en el 2012. Los sondeos dicen más. Dicen que conservar el puesto de trabajo, aún a costa de aceptar congelaciones o recortes de sueldo, es la máxima aspiración de quienes tienen un empleo y encontrar uno es el sueño de todos cuantos lo han perdido o no consiguen su primer trabajo.

El Gobierno Zapatero dejó cerca de cinco millones de parados. En el año que dejamos atrás, gobernando ya el PP de Mariano Rajoy, la cifra supera los cinco millones y medio. Si, pese al rescate multimillonario de las cajas con cargo a fondos europeos sigue sin fluir el crédito para las pymes, si uno de cada cuatro españoles en edad de trabajar está en el paro, si han subido los impuestos y también el precio de casi todos los servicios (desde la luz al peaje de las autopistas), ¿dé dónde extrae el ministro de Guindos el optimismo que le lleva a pronosticar que a final de año va a cambiar el ciclo? Ojalá acierte, pero tengo para mí que su profecía es fruto del voluntarismo ante la desazón que le invade al reflexionar acerca de la ingrata tarea que tiene por delante: anunciar más recortes y más impuestos a una sociedad que está harta de sacrificios y esperaba otra cosa, otras políticas, cuando hace un año decidió cambiar el color de los gestores de la cosa pública.