TAtño 1969, mes de abril, día 11, miércoles, catorce y treinta y tres minutos. En un pequeño bar llamado Los Amigos de un pequeño pueblo, un arrinconado televisor sujetado por una repisa casi a la altura del techo muestra a una mujer muy redicha que da las noticias del día. Justo debajo, dos hombres se relajan y se transmiten sus vivencias rurales. El campo es el epicentro de referencia para la conversación, el ganado y la cosecha el argumento a seguir. Gasto yo tanto en pienso y tú otro tanto en alfalfa; y el agua se hace rogar. Gusta a estos lugareños hablar de sus labores; y de sus gastos y ganancias.

No hacen caso a la caja parlanchina, pero justo en mitad del debate ocurre lo impensable: ese cajón que encierra el telediario en blanco y negro vence el soporte metálico que lo sujeta a la pared y cae de bruces para entallar casi a Deogracias , que es de la pareja de conversadores el que está de espaldas y más cercano al maldito invento.

"¡Pero hostias, Gervasio , bien podías haberme avisado!", recrimina irritado el sorprendido Deogracias a su compañero de plática. "¡Te juro por la Virgen del Buen Pensamiento que no me he percatado de que se estaba cayendo ese trasto, Deogracias!", responde el otro con cara de asustado para dar fe de su inculpabilidad. "Ya le dije a mi hija cuando lo trajo que no me gustaba ese aparato del demonio. Sabía yo que la caja terminaría cayendo. Claro, con tanto títere dentro", replica la abuela Francisca desde la penumbra de un rinconcito del bar. "Que no madre, que ya le he dicho que dentro no hay nadie, sólo cables y cosas raras, a ver si se le mete a usted en la cabeza", responde Josefa , propietaria del bar. "Pues yo te digo a ti que los trucos que encierra esa caja son cosa del mismísimo diablo. Ese aparatejo no traerá más que desgracias a la gente, ya lo verás. El día que se le caiga a alguien encima te darás cuenta de que yo tenía razón", concluye la abuela Francisca desde su apacible rinconcito del bar.

*Pintor