El moderno instrumental permite a los meteorólogos medir la presión atmosférica, o la temperatura, de manera continua y con extrema precisión. Al final de la jornada disponen de un gráfico con una curva que muestra la evolución de la variable a lo largo de las 24 horas. Esta información les es extremadamente útil para sus análisis y previsiones. Los economistas no son tan afortunados. El PIB es la variable que manejan con más frecuencia para diagnosticar la evolución de la economía de un país y sus posibilidades futuras. Pero la medición del PIB es discontinua, puesto que es la estimación de la riqueza creada por una economía durante un periodo de tiempo, y además es de suma imprecisión. Incluso en Estados Unidos, posiblemente el país con el mejor aparato estadístico del mundo, la medición trimestral de su PIB es objeto de continuas revisiones a medida que el aumento de los datos disponibles permite afinar la precisión, que de todas maneras nunca llega a cotas elevadas. Entre la primera estimación y la definitiva hay a veces diferencias importantes. Como en su día muy gráficamente afirmó Flores de Lemus , los economistas emplean para sus mediciones una balanza romana, aparato para pesar leña y cuyo margen de error es considerable, mientras que los farmacéuticos disponen de unas balanzas que llegan a afinar hasta muchos decimales. Lean la etiqueta que figura en una botella de agua mineral y comprobarán la anterior afirmación.

XA PESARx de ello, los economistas emplean los datos del PIB como si tuvieran la misma calidad que los de la temperatura o la presión barométrica. En sus representaciones gráficas redondean la serie de segmentos de recta con que unen los puntos que corresponden a las mediciones del PIB para dar sensación de continuidad, y con ello de precisión. Pero es que además se atreven a construir una rígida taxonomía de la salud de una economía en función de la evolución que haya tenido algo tan borroso como es el PIB. Así, hablan de recesión cuando el PIB de una economía sufre una caída dos trimestres consecutivos. En cambio, una depresión exige una recesión continuada que lleve finalmente a reducir más del 10% del PIB.

Hace escasos días, la espigada Christine Lagarde , flamante responsable del FMI, avisaba de que las economías desarrolladas estaban al borde de la recesión. Había que tomar urgentemente medidas para evitarla. La sensación que daba es que en su despacho tiene un sensor que le indica la evolución de la actividad económica y dispara una alarma en el momento que la curva inicia un proceso descendente. Cuando en realidad habrá que esperar unas semanas después del cierre del próximo trimestre natural para conocer, y de manera aproximada, cómo se ha comportado este verano el PIB de los países que la preocupan y compararlo con el del trimestre anterior. Pero además no fue consciente de que en el mundo de la economía se da con mucha mayor intensidad que en el físico el principio de Heisenberg . En términos comprensibles para legos como yo, en 1927 este científico alemán demostró la imposibilidad de idear un método que permita la medición precisa y simultánea de la posición y el movimiento de un objeto. Cuanto mejor determinamos la primera peor conseguimos conocer el movimiento, y viceversa. El solo hecho de querer determinar la posición de un electrón, por ejemplo, haciendo rebotar en él un rayo de luz, lo desplaza.

Pues bien, el solo anuncio por una persona al frente de una entidad de la importancia del Fondo Monetario Internacional, a la que todos suponen muy bien informada y con gran experiencia, de que es muy probable que el PIB baje incrementa la probabilidad de que ello ocurra. Es el principio de Heisenberg pero elevado a la enésima potencia. Su voz no tiene la misma importancia que la de cualquier mortal. Es comprensible que al día siguiente de su declaración las ventas en las bolsas mundiales de valores fueran masivas, con el consiguiente impacto sobre las cotizaciones. Me imagino que quienes se hicieron de oro fueron precisamente los negocios dedicados a la compraventa de este metal, refugio de los ahorradores timoratos cuando el panorama económico se ensombrece. Quizá la dama francesa sea poco ducha en física y desconozca el principio de Heisenberg. Pero, con seguridad, por imperativos de su profesión ha leído a Keynes , que ya habló de las profecías que tienden a autocumplirse, por lo que debería haber sido mucho más cauta en sus manifestaciones.

Esperemos que el desliz de la señora Lagarde haya sido fruto de los pocos días que lleva en el cargo y que aprenda rápidamente a contenerse y medir sus manifestaciones. Porque sería un golpe muy fuerte para el FMI, pero también para la grandeur , que después de que un francés perdiera un cargo de tanta relevancia por su incontinencia sexual una dama de la misma nacionalidad tuviera idéntico fin aunque por incontinencia verbal.