El lunes no fui al bar a tomar café. Lo compré en la máquina de mi oficina y lo tomé en la puerta, fumando. Llamé a unos amigos, con los que voy los viernes a cenar, y la llamada no fue para preguntar a qué restaurante iríamos, sino esta: ¿cenamos en tu casa o en la mía? Compraremos un buen vino y cenaremos sin que nadie nos prohíba nada.

Todos hemos visto restaurantes donde no se puede fumar con una ocupación mínima al lado de restaurantes llenos de fumadores. Por fin lo hemos conseguido: nuestro gran problema, nuestro único gran problema, ha sido resuelto. ¡Ya no se puede fumar! Tampoco se podrá ir a los toros en Cataluña. Esta es la época más prohibicionista que recuerdo. ¿Cuánto de hipocresía hay en estos vetos? ¿Por qué se prohíben los toros y, en cambio, se inyecta fuego en los cuernos de una vaquilla? ¿Y por qué no prohíben la venta del tabaco, si tan malo es? Los no fumadores me dirán: ¿y mi derecho a no respirar el humo de los que fuman? Hipocresía. Si yo no tengo coche, ¿por qué he de respirar el humo de los vehículos que me rodean? No hay más problemas; este era el más urgente. Felicidades, políticos. Pero, por favor, no velen tanto por mi salud y velen por la salud del país. De mi salud ya me ocupo yo.

Antonio Gutiérrez Cordero **

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