WLw a multiplicación de prohibiciones dictadas por las distintas Administraciones ha alimentado la sensación colectiva de que, a base de dictar reglas para mejorar la convivencia, se han acotado más allá de lo razonable los márgenes de libertad individual que se asocian a una sociedad democrática.

Puede decirse que ha ganado adeptos la impresión de que nos encaminamos hacia una sociedad quisquillosa y ordenancista, incapaz de autorregularse por sí misma y de limitar las atribuciones de los poderes públicos a garantizar la seguridad y el ejercicio de las libertades esenciales sin recortar, claro está, el libre albedrío de los ciudadanos.

La aprobación esta misma semana por el Parlamento de Cataluña de la prohibición de las corridas de toros en esa comunidad autónoma ha intensificado el debate referido a la derrota prohibicionista o, en sentido contrario, a la necesidad de que las autoridades intervengan en la codificación de cuanto atañe a la cohesión social y a la convivencia.

En ambos bandos, la discusión ha desbordado los aspectos meramente formales para adentrarse en el terreno ideológico-identitario, en la defensa de un modelo social presuntamente incompatible o superior a otros, incluso en la consideración de que la legitimidad democrática se asienta también en la salvaguarda del modelo social mayoritariamente aceptado.

Lo cierto es que una sociedad culturalmente muy diversa como la española necesita poner al día las reglas de convivencia, pautar el ejercicio de nuevas manifestaciones de la vida colectiva y establecer normas que permitan compartir un escenario común a ciudadanos con pulsiones muy diferentes. Otra cosa es que, llevados por un fundamentalismo cívico de nuevo cuño, los poderes públicos consideren que deben cumplir con un imperativo categórico indeclinable y quieran regular hasta los detalles más nimios de la utilización del espacio público.

A raíz del 11-S, primero en Estados Unidos y luego en todas partes, la llamada muchas veces utopía reaccionaria --más seguridad a cambio de menos libertad-- ganó muchos adeptos. Es dudoso que aquella forma de pesimismo social extremo se bata en retirada y haya dejado de inspirar el prohibicionismo a todas horas, con el riesgo añadido de que cada día sean más los que se pregunten: libertad, ¿para qué?