TEtscuchando una vez más la titulada Canción de Navidad que el cantautor cubano Silvio Rodríguez grabó allá por el año 1994, no puedo resistirme a la reflexión a modo de balance y de propósitos que, en los finales y principios de año, siempre se apodera del pensamiento de uno, especialmente sensibilizado por la humanidad y solidaridad que el mensaje cristiano --que no el consumista y puramente materialista-- de esta entrañable época nos invade, impregnado de unidad y de amistad, de cariño y de recuerdo, de esperanza y de vida.

Nos recuerda Silvio en la letra de este particular y excepcional villancico que no toda la gente tiene oportunidad de vivir la Navidad de la misma manera y que hasta para esto, existen diferencias y enormes distancias, en función del lugar y la posición que cada cual ocupe. En demasiadas ocasiones le damos la espalda a otras realidades y peor aún, a muchas personas, no necesariamente presentes en países o lugares lejanos, sino seres humanos con nombre y apellidos, con circunstancias muy particulares y próximas a nuestro entorno más inmediato. Todos sabemos quienes son, intuimos que necesitan más que nadie que llegue a sus hogares el espíritu navideño y lo impregne de paz y de esperanza. Sin embargo, nos resulta más fácil que en estas fiestas nada ni nadie nos amargue la existencia, que si existen personas solas, sean los organismos públicos quienes se hagan cargo de ellas, y eso sí, cuando escribimos postales, SMS y otros tipos de felicitaciones, se nos llena la boca de palabras como paz, felicidad, solidaridad, unidad, etcétera.

Mis propósitos, o quizás utopías, para el nuevo año son por tanto estos: confiar en que los aspectos humanos y sociales comiencen a tener mayor importancia en nuestra vida, fortaleciendo la convivencia entre los ciudadanos, posibilitando un nuevo modelo de sociedad y también una nueva dimensión de la política, y que ese espíritu que estos días merodea por nuestros hogares se quede el resto del año junto a nosotros.

*Técnico en Desarrollo Rural