TCtuando se le pregunta a Zapatero por su receta para la crisis económica, por las bases en donde se apoya su proverbial optimismo, responde exhibiendo calderilla. Pretende encandilar a los autónomos con una difusa promesa de aplicarles la receta de los cuatrocientos euros de consolación, volviendo a reincidir en el mismo error que cuando formuló el principio general para los contribuyentes. ¿Alguien piensa que se puede generar ilusión con cuatrocientos euros? La ilusión sólo la generan los sueños. Lo siguiente que se le ha ocurrido al presidente es que amortizará el paro con obras públicas, como si los fondos del estado fuerza fueran elásticos para acometer toda clase de trenes de alta velocidad en época de penurias.

La coincidencia de la campaña electoral norteamericana con la española está resultando especialmente dramática para el líder socialista. Obama y Hillary hacen llorar a sus partidarios, emocionan y provocan disputas de familia en la que los padres y los hijos defienden cada uno a su candidato. Experiencia frente a cambio. Aquí los llantos son de puro aburrimiento porque ninguno de los candidatos ofrece siquiera la esperanza de una pequeña ensoñación. Zapatero llegó a La Moncloa cuando consiguió ilusionar a su electorado; ahora, excepción hecha de los fanáticos que se agrupan en su entorno, los suyos sólo se movilizan cuando se les azuza con el miedo. El recurso a una Iglesia amenazante, que lo es, movilizará, pero no entusiasma.

El miedo es útil cuando se quiere conservar lo que se tiene pero ahora el almacén de las sensaciones está lleno de temores; el bienestar ha generado insaciabilidad y ahora no se valora lo que se tuvo sino que se tiene miedo a lo que se puede perder. Y nadie ofrece una ilusión de recambio. El más firme valor de Zapatero es la tremenda mediocridad de la derecha española. Rajoy aburre con su actitud cansina y pesimista. Pero Zapatero ha perdido toda capacidad de ilusionar y ha cometido el error de ofrecer calderilla cuando lo que necesitan los españoles es a alguien que les proponga un sueño.

Viendo en acción a Obama uno se pregunta si el entusiasmo que genera se disolverá en el poder, si finalmente logra llegar a la Casa Blanca, tan rápidamente como se ha disuelto el encanto de Zapatero cuando ha llegado a La Moncloa.