Pueden infundir tanto terror unos atentados suicidas coordinados en el transporte público de Londres (como los de julio del 2005, con un balance de 52 víctimas mortales) como el bárbaro homicidio de anteayer de un soldado en una calle de la capital británica a plena luz del día, a manos de un par de asesinos armados de cuchillos y hachas.

El terrorismo juega con la sorpresa y el miedo que infunde. Cualquiera en cualquier lugar puede ser su víctima. Más todavía con la deriva individualizada que va adoptando el terrorismo yihadista. Entre los atentados de hace ocho años y el del miércoles hay una transición que va de la acción cuidadosamente planificada en una célula responsable ante una organización, a la acción de uno o dos lobos solitarios sin ninguna dependencia orgánica de un grupo, como parece ser el caso de los británicos de origen nigeriano detenidos en Londres, aunque fueran conocidos de los servicios de seguridad. Francia ya tuvo su despertar a esta nueva realidad terrorista con los ataques mortales de Mohamed Merah a niños de una escuela judía en Toulouse el año pasado. Y el atentado en la línea de llegada del maratón de Boston parece entrar también en este nuevo modus operandi terrorista.

Ante acciones como la ocurrida en el barrio londinense de Woolwich la sociedad británica debe mantenerse fuerte y unida. En este sentido, el mensaje de David Cameron es impecable cuando habla de unidad y de que la única responsabilidad recae en los autores, en un intento de proteger a la amplia comunidad musulmana de represalias. Y es también muy necesario en un momento en el que la ultraderecha británica vive días de gloria gracias a sus postulados xenófobos contra la inmigración. En los primeros días tras un atentado terrorista hay siempre un incremento de acciones violentas motivadas por el odio. En el Reino Unido no se han hecho esperar.

Inmediatamente después de los hechos de Woolwich se disparó el número de seguidores en la red de una organización ultraderechista e islamófoba y se produjeron diversos incidentes contra mezquitas o comercios de musulmanes. En estas circunstancias, además de la fortaleza y unión que pide Cameron, se impone la defensa de las libertades. Caer en la tentación de recortarlas, como se ha hecho en tantas ocasiones desde el 11-S, es ceder ante los violentos.