WEw el Gobierno de Rabat ha querido apagar la protesta a las puertas de El Aaiún de 20.000 saharauis que pedían el fin de la discriminación y del expolio de sus riquezas, y ha acabado provocando una verdadera revuelta dentro de la ciudad. Se discutirá ahora el número de víctimas, pero lo que no se pone en duda es la brutalidad con la que actuó el Gobierno marroquí cuando a primera hora de la mañana de ayer desalojó el campamento de jaimas de Agdaym Izik.

Desde que España en 1975, en las postreras horas del franquismo, abandonó a su suerte a la que había sido su colonia, nunca se había visto una movilización saharaui tan masiva y tan prolongada en el tiempo.

Los organizadores de la protesta, mientras duró el campamento, fueron muy escrupulosos en limitar sus peticiones a mejoras sociales como tener una vivienda y trabajo, y a reclamar su parte en los beneficios de la pesca y los fosfatos. El trágico desenlace, por el contrario, ha convertido aquella protesta en una reclamación de la autodeterminación y la independencia saharauis. También ha servido para enturbiar o bloquear las negociaciones iniciadas ayer entre el Frente Polisario y el Gobierno alauí bajo los auspicios de la ONU. Las conversaciones debían superar el punto muerto sobre el futuro del territorio que se prolonga desde 1991, cuando ambas partes alcanzaron un alto el fuego.

El del Sáhara es el conflicto territorial más antiguo del continente africano. En él se han estrellado emisarios de relumbrón como James Baker. El actual enviado de la ONU, Christopher Ross, parecía haber detectado algún punto de encuentro, pero las señales de Rabat durante los últimos días eran todas negativas. Eran señales que no admitían ninguna desviación de la línea oficial.

En este sentido, cabe anotar el juicio contra activistas saharauis que habían visitado el campo y las agresiones contra dos periodistas españoles que cubrían dicha información, la prohibición de viajar a varios periodistas españoles, la expulsión de Marruecos de la cadena Al Jazira por sus informaciones sobre el Sáhara y la expulsión de

El Aaiún del eurodiputado de izquierdas Willy Meyer.

Después de 35 años de conflicto, Marruecos no puede seguir pensando que la solución es la represión y la censura, sino la vía diplomática a la que durante años se ha apelado.