Los políticos anglosajones viven con protocolos. Tienen previstas las crisis y estudiadas sus respuestas. Una enorme ventaja que les permite reaccionar contra las hipótesis de agresión sospechadas. Quizá les falte chispa meridional, pero tienen orden nórdico. El universo latino se fundamenta en la improvisación. El rigor de las normas de contestación no está incorporado al acervo mediterráneo. Estableciendo un paralelismo, podríamos decir que ETA tiene mentalidad anglosajona para sus crímenes. Planifica las campañas con tiempo, su lógica es difícilmente previsible desde fuera del hemisferio del crimen y tienen estudiadas sus respuestas para rentabilizar el entorno de su trama civil. Pocas cosas tiene ETA dejadas al azar o a la espontaneidad. En cambio, los partidos políticos y las instituciones actúan según los códigos mediterráneos: conocida la agresión, se estudia la respuesta. La unidad política estable es la condición para preparar la réplica, porque las primeras energías, perpetrado un crimen, se gastan en tomar la temperatura de los distintos partidos políticos. La unidad que exige la lucha contra ETA es muy elemental, nada compleja. Se podría hacer un catecismo que no tendría siquiera que estar escrito porque lo domina el sentido común. El primer mandamiento debería recoger que ETA no puede tener ninguna razón porque invoca a un conflicto que no existe. No es necesario condenar los atentados como si cada crimen requiriera un análisis para promover la repulsa: todos sus actos son obscenos, criminales y perseguibles por la ley. No hay nada que negociar con los asesinos; formular esa hipótesis es alimentar los motivos de sus crímenes. Hablar de negociación "cuando se den las condiciones" es animarles a que sigan matando, porque siempre tendrán la oportunidad de sentarse a la mesa. Todo esto se tendría que ponerse en práctica la próxima vez que los terroristas vuelvan a matar, algo que lamentablemente harán, lo que aliviaría a los ciudadanos de la sensación de desconcierto, improvisación y dudas que origina la falta de un protocolo claro contra el crimen.