Lo que las cámaras muestran, sin duda, son momentos de verdadera tensión. La comitiva de Ciudadanos en el ‘Orgullo’ avanzó, lenta y vacilante, rodeada de insultos, amenazas y en medio de una lluvia de desprecio en forma de objetos, los que hubiera a mano. Lo que devuelven las imágenes son un grupo rodeado y señalado, arrinconado y progresivamente menor en número. Por aquello de que, aunque nos va quedando menos espacio, el miedo sigue siendo libre.

Puede ser cierto que muchos de los que allí estaban desplegasen su perfil más desafiante. Que retasen a quienes increpaban. Algunos incluso parecían cómodos en su pose de enfant terrible. Desabridos y cuasi chulescos, a ratos. Se condena la agresión, claro, pero cabe la pregunta si no había (pre)meditación de provocar.

¿Cabe? ¿De veras, ha lugar? Pues esa parece ser la cuestión. Según dos programas --distintos-- de televisión, con la necesaria colaboración de algún medio escrito, hay dudas sobre lo que ocurrió el sábado pasado en la celebración del Orgullo en Madrid. Sí, por supuesto, vaya por delante que se condena toda violencia, cualquier forma de agresión, «pero»… Hasta ahí, bien. Es ese «pero» el que todo cambia.

Porque es el inicio de la justificación. Toda la arquitectura de la culpabilización de la víctima (¿les suena?), que fueron los militantes de Ciudadanos, que no pudieron ni expresar libremente su adhesión a la causa ni deambular libremente. Algo que, en una alucinada paradoja, se llega a alabar de la gente de Vox, que tuvo la prudente y cabal decisión de no acudir.

Porque la primigenia razón esgrimida como justificación de esta violencia (de baja intensidad, sí, pero sin dejar de ser coacción) es el posible apoyo a Vox y a sus políticas abiertamente homófobas. En forma de una negociación que, ahora mismo, no existe. Pero la simple posibilidad, es carta blanca para las «consecuencias». Aquellas con las que, envestido de jerga mafiosa, avisó el ministro Marlaska. El jefe de nuestros cuerpos de seguridad avisando preventivamente contra el ejercicio de derechos fundamentales contra unos civiles que, además, siempre se han mostrado favorables a la causa concreta. Una verdadera iniquidad.

Será hipótesis, pero creo que somos mayoría los que detestamos las medidas reaccionarias que propone el partido de Abascal. Pero, esperen, entonces hay algo que no termino de comprender. ¿Por qué hubo insultos a Ciudadanos el año pasado y señalización pública (por parte del PSOE) si no había Vox en el escenario? ¿Por qué hubo un escrache a la embarazada Villacís en San Isidro, cuando no teníamos ni una sola seguridad de que hubiera escaño alguno en Madrid para los ultraconservadores? Ya que estamos, ¿por qué entonces se expulsaba a Rosa Díez, la líder de UPyD, otra formación, en 2015 de la misma manifestación? ¿Es Rosa Díez «también» una peligrosa derechista?

Se puede argumentar, claro, la querencia por la agitación del partido de Rivera. En ocasiones, el perejil de todas las salsas. Se achaca a la formación naranja que viven de la creación permanente de tensión. Pero es curioso que la acusación venga de un partido cuyo antiguo líder (y entonces presidente del gobierno) tuvo un glorioso e involuntariamente espontáneo off the record reconociendo que les convenía «la tensión».

El verdadero pecado de los naranjas, en realidad, es ese. No aceptar las condiciones que marca el socialismo. Lo que gritó Marlaska antes del cruel recibimiento a los militantes de Ciudadanos tenía dos intenciones: la profecía autocumplida (vienen a provocar, demos jarabe «democrático») y el señalamiento del rival.

¿Creen que esta escalada de tensión público-mediática contra Ciudadanos no tiene que ver con la voluntad de obtener una abstención para la investidura socialista? No deja de asombrarse como este partido es capaz de marcar nuestra agenda pública sin que la realidad se entrometa demasiado. Cómo asumimos con naturalidad que los catalanistas, ahora son enemigos, ahora lógicos compañeros con los que entenderse, según convenga a la gobernabilidad socialista.

Poseen tal hegemonía cultural que, incluso en Extremadura, obviamos los propios bandazos del ‘barón’ Vara con su jefe Sánchez. Tal perversión que entendemos como ejercicio de libertad de expresión y prensa una entrevista a un condenado Otegui. Que, ciertamente, lo es. Pero, a cambio, no la asistencia a un acto en defensa de derechos. Que, claramente, lo es.

«Pero» es que vienen a provocar. Alguno le ha cogido gusto a ir de víctima.