Estamos justo en ese punto del naciente año que va del exceso nocheviejero al regalito de Reyes, un momento que se llena de buenos propósitos para el año que entra. Todos, mentalmente, nos hacemos una inservible lista de cosas a hacer, con firmes propósitos para ejecutarlas en los próximos doce meses, como si no nos hubieran dado tiempo (y ganas) de sobra en los meses previos y años anteriores. Sale, reiterada y cansinamente, hasta en los telediarios de sobremesa. En fin, naturaleza humana de tropezar siempre con la misma piedra. Yo, no lo duden, también tengo la mía. Que incumpliré, dios mediante.

Ya puestos, debiéramos concedernos una lista colectiva de buenas intenciones. Y que en un puesto destacado de la lista, pidiéramos que nos permitiesen dejar atrás la retahíla de términos financieros que hemos sufrido en los últimos tiempos. Esos que hace sólo unos años la mayor parte de la población desconocía ufana, y que ahora, a la fuerza ahorcan, se ha visto empujada al menos a escucharlos. Y lo que implican, claro. Rescate, primas de riesgo, ajustes presupuestarios y el resto de pasajeros del tren de la crisis, que tan bien conocemos. Pero no será en este 2013. Por si acaso teníamos nuestras dudas, presos de un irrefrenable optimismo, ya se encargó nuestra lideresa Merkel de echarnos un germánico jarro de agua fría en su discurso de año nuevo a los alemanes. Como para que se nos atragantasen las uvas aquí con la claridad que la que nos indujo a los europeos del sur a que prosiguiéramos ese churchilliano camino de sangre, sudor y lágrimas que significan el brutal recorte del gasto público. Menos mal que aquí nuestra televisión sólo se dedicó a espantarnos con el peinado de Imanol Arias y no emitió esto.

XESTE AÑO SEx plantea financieramente igual o más complicado que el acabamos de dejar atrás. Entre otras cosas, porque España tiene de frente exactamente los mismos problemas que encaraba un enero atrás. Las (escasas) medidas acertadas aún no han dado todos sus frutos y nos amenaza la sombra del rescate.

Una pregunta muy habitual para los expertos financieros es cuándo va a terminarse la crisis. Si realmente se vislumbra un final en el horizonte temporal para esta situación que azota el día a día. Y cuando más compleja es la respuesta, más indigna al ciudadano, que quiere una respuesta sencilla, que le permita saber "cuándo se va a acabar esto".

Bueno, respuestas de simples sí o no están lejos de existir. Tampoco cabe fiarse de gurús, adivinadores financieros o best seller económicos que se abonan al pesimismo u optimismo en función de sol que mejor les cobija. A lo peor, es que la crisis se ha terminado ya. A lo peor, lo que nos espera, nuestro próximo destino, es Japón.

Me explico. Lo que vivimos puede ser el escenario de la post-crisis financiera, agravada por esa enorme bola de deuda pública que se ha generado en el trienio 2009-2012. Deuda que nacía como solución pero que está complicando aún más la situación. Todas las crisis económicas son cíclicas, y a períodos de recesión siguen períodos de recuperación. Pero, claro está, la que vivimos no se parece a nada visto anteriormente. Así que perfectamente, el panorama que ahora tenemos puede ser en el que nos situemos durante un largo tiempo. Y eso, y no quiero ser agorero, si no se complica por los problemas de deuda pública que se han creado para mantener un estado ineficiente. Y con ello no me refiero a los recortes en sanidad o educación, sino a toda una estructura política que para nada tiene parangón con lo que ocurre en el sector privado.

Japón, decía. Oirán este año comparar a España con Japón, país que vivió lo que se conoce como "década perdida" cuando sufrió una crisis inmobiliaria que se contagió a toda la economía. Eso fue en los noventa, y el país del sol naciente aún no se ha recuperado de todo de aquella recesión. Pero, eso sí, hablamos de un país que tuvo un máximo del 6% de paro, con una morosidad bancaria inexistente, con un sector público que no representa ni el 3% del total de su economía, con- Vamos que sí, que nos acercamos a esa década perdida pero no precisamente como los nipones. Ya que está lejos Japón, decían los 'No me pises que llevo chanclas' (artistísimo nombre). Soluciones hay, por supuesto. Pero hace falta el coraje para aplicarlas.