El mundo lleva más de un semestre luchando, de desigual forma, contra la pandemia. No todos los países han adoptado la misma estrategia ni han recurrido a idénticas medidas para controlar la propagación del virus. Pero todos se verán obligados a lidiar con las mismas consecuencias sanitarias, económicas y sociales. Las dimensiones, sin embargo, serán distintas. Y eso condicionará la visión de cada gobierno y cada ciudadano sobre lo que el anterior haga.

A finales de 2019 la interconexión entre países y continentes era altísima. No sólo bajo el concepto de “globalización” considerado como factor económico, sino desde el punto de vista de las redes de comunicación e información. De un modo en ocasiones imperceptible, nuestro mundo se mueve de una forma irregularmente sincronizada. Sólo hay que ver la propia extensión de la enfermedad, el tiempo que pasa desde su origen en China a los rápidos efectos en Europa. Resulta fácil concluir que las decisiones que van a adoptar países (especialmente, algunos) u organismos internacionales afectarán a muchos indirectamente.

Y lo que hemos visto en estos meses de coronavirus no es nada halagüeño: anuncios proteccionistas en las economías, restricciones de libertades mediante disposiciones de control sin respaldos científicos, cuestionamiento de organismos supranacionales que han sido consensos, y auge y euforia de populismos contrarios al avance comunitario. Todo un festín para aquellos que consideran una crisis como la forma de acelerar su propia “agenda”.

“Una gran recesión sólo se va a producir si es inevitable, si todos damos por buena la peor de las predicciones” cuenta el economista Trías de Bes en su último (y oportuno) libro sobre la reactivación económica tras el covid-19.

Nos han vendido (y hemos comprado sin demasiada observación) que no existía alternativa al confinamiento como medida (y había, pese a su evidente utilidad). Nos han advertido de que se han movilizado todos los recursos del estado (lo que no es cierto, máxime cuando la batería de medidas tenía una parte sustancial de fondos privados). Y han puesto el foco en la responsabilidad individual, que sin duda existe, pero que sólo es útil con una acción planificada desde los que tienen obligaciones públicas.

No se trata de negar de forma idiota la existencia de la pandemia ni dar pábulo a explicaciones paranoicas. Se trata de valorar y cuestionar cómo se está afrontando la vertiente económica y social de la misma. Especialmente, del diseño de la salida, esa “nueva normalidad” que no cumple ninguno de los dos conceptos.

España sigue teniendo números récord en contagios y afronta meses trágicos en lo económico, fruto de la indecisión de gobierno y comunidades autónomas (éstas, en la gestión médica). No es un “mal de todos”. De ahí que oigamos reproches individuales y selectivos, que se recalque los ERTE como un éxito más que como un parche y que hayamos vivido una caída en nuestro crecimiento que duplica a algunos países del entorno. El mensaje es que luchamos como podemos y que el coronavirus convierte todo en irremediable. Como una profecía.

La recesión sí era imparable. Pero no así su duración en el tiempo. En manos del gobierno estaba la creación de una estructura económica transitoria que “supliera” la falta de demanda derivada del confinamiento. No habíamos vivido un fallo en el sistema o en sus agentes, sino una detención temporal forzada. No hay nada destruido, de ahí que siempre haya evitado los paralelismos bélicos.

Sabiendo que Europa tendría que acudir en auxilio, se podía construir un “puente financiero” que evitase que el final del periodo condujera a un paro galopante y miles de empresas destruidas (uno conduce a lo otro). El estado debía coordinar y financiar porque las empresas por sí solas no pueden sostener una economía. Se podía haber diseñado una “barra libre de liquidez” a empresas para evitar que tengan que cerrar o despedir. Inyectas, sostienes y luego, recaudas, ya que no habrá el colapso que ahora ya afrontamos.

La razón por la que no lo ha habido está vinculada al negocio del miedo que estamos viviendo en España ahora mismo. Más manos libres a un gobierno incapaz y decidido a ocultar errores antes que gestionar. No era complicado de vaticinar, no.