Ya está. Se avecinan elecciones. Sospecho que nunca estuvieron tan lejos como algunos pensaban, razón por la cual la «famosa» convocatoria-manifestación de Colón fue, en realidad, bien vista por algunos en la izquierda. Señalaba conjuntamente a quienes ellos mismos trataban de agrupar (ansiosamente). Y movilizaba a los suyos, esos que (supuestamente, ojo) se quedaron en casa en aquel domingo andaluz. Doble objetivo cumplido.

Sánchez, claro, nos tenía a todos despistados. Llegamos a creer que no le importaría pactar los presupuestos con el independentismo con tal de alargar su legislatura. Es lo que tiene haber jugado al filibusterismo político desde antes que su persona llegase a la condición de presidente. Proclamando el poder para sí con el confesado, pero no ejecutado, compromiso de convocar elecciones de forma inmediata. Hemos creído a pies juntillas que estaba preso de su ambición…y ha resultado ser cierto.

Todos los movimientos del dúo Sánchez-Redondo tienen el regusto a tacticismo electoral. No creo que esto sea negativo per se, sólo cuando condiciona toda la acción de gobierno (algo que hemos vivido ya, y no sólo con el partido socialista). Todo lo que querían mostrar era la predisposición al diálogo (¿A quién hace daño hablar?). Todo lo que querían mostrar era sus titánicos esfuerzos por sacar adelante unos presupuestos «sociales» y permitir que el país «siguiese adelante» (¿A quién no le interese que un gobierno pueda actuar?). Todo lo que no querían era aprobar unos presupuestos con la colaboración nacionalista, máxime en medio del proceso a los líderes de la asonada catalana. Porque eso restaba votos, no busquen más razones. La debacle del socialismo andaluz encendió las alarmas en Moncloa.

El objetivo sigue siendo el mismo, mantener el poder. Por eso se ha trabajado una imagen internacional desde el primer día de su mandato, que le sirva para explicar después las alianzas que ya sabe deberá hacer a partir del 29 de abril. Por eso, vamos a oír hasta la saciedad más ahíta aquello de la vuelta cuarenta años atrás, la sombra del fascismo y el imperio del mal en forma de militante conservador.

Por eso no ha tenido ningún reparo en aprobar, a destiempo y a traición, reformas legislativas de calado usando la vía rápida del decreto ley. Con un gobierno sustentado por 84 escaños. El relato es el que es y requiere de adeptos: la mejor vía es el atajo presupuestario, sin importar que no habrá siquiera gobierno que refrende.

Porque lo que necesita es movilización. Ocurre que hace no tanto, un par de décadas a lo sumo, la forma de conseguir esto era la agitación. Nos desayunábamos diariamente con la ración de reproches cruzados por el uso de la propaganda, como una deslegitimación de lo que debiera ser sólo político. Hay que reconocernos la inocencia y ese punto cándido que manteníamos. Adorable.

Algunos de hecho creen que todavía es necesario encender las calles para provocar los cambios, como hizo todo el centro derecha pidiendo una muchedumbre que forzara las elecciones. O Podemos generando alertas antifascistas por al auge de Vox. Para convencer a sus adeptos puede valer, como signo de unión y fraternidad ideológico. Pero poco más, como es comprobable por el número de personas (y los efectos) de las dos convocatorias. Que, además, sirven en cierto modo de freno a esa inmensa mayoría que ni se manifiesta ni quiere vivir en permanente sacudida. Si la propaganda servía, no estoy convencido que ahora lo haga. En la misma forma.

Lo que se lleva ahora es Trump. No ocultar nada porque todo es subjetivo, modificable, y no dura más de dos días en la memoria colectiva. La moda es ahogar tu mensaje en la riada tremenda de información, poco importa la solidez del mismo. No son fake news, no. Es pública desinformación.

¡Quién nos iba a decir que el mejor discípulo de Mr. Trump sería Sánchez (o Redondo)! Claro que también me gustaría saber quién le ha dicho a él que jugar a eso, aquí, le va a funcionar. Nos vemos en abril, Pedro.