Aunque otros deportes no lo hayan hecho ya, el fútbol ha vuelto, por fin, a nuestras vidas y se ha adaptado rápidamente a la nueva normalidad. Comienzan a rodar cabezas entre los entrenadores, considerados, siempre, como los chivos expiatorios que deben ser sacrificados de inmediato si las cosas no van bien. Se empieza, también, a hablar de fichajes millonarios como si aquí no hubiera pasado nada, como si la economía del mundo entero siguiera saneada y boyante y todo este tema de Eres y Ertes y multitud de cierres de negocios y largas filas de personas que tienen que hacer cola, no exactamente para sacar entradas, sino para conseguir comida que llevar a sus familias, fuese todo un mal sueño, y no una triste realidad.

El fútbol, como la vida misma, se abre camino y busca, enseguida, la manera de ponerse en marcha. Se amplían los contratos millonarios con las televisiones y cadenas nacionales e internacionales y comienzan a venderse paquetes, a precios asequibles para todos, a menos de treinta euros al mes, que es la cuota que te permite poder asistir, de manera virtual, a los campos de toda España y a los partidos de la Champions.

Estaban preocupados los futbolistas, y todos los profesionales del mundo futbolístico, por desconocer el impacto que causaría jugar al fútbol y competir sin la asistencia de ese público forofo y enfurecido, que les animaba constantemente con su rugido ensordecedor desde las gradas. Parecía que un estadio vacío no motivaría a los jugadores para esforzarse y correr alentados por sus incondicionales, y tampoco se sentiría motivado el público televisivo viendo los partidos con las gradas vacías, porque parecería más asistir a una sesión de entrenamiento que a un verdadero enfrentamiento deportivo.

PERO NADA más lejos de la realidad porque enseguida se pusieron en marcha los profesionales de los medios técnicos de la televisión para resolver este pequeño problema. Colocaron un plano fijo principal de grada con fotografías poco definidas que, al proyectar sobre ellas el juego en vivo de los jugadores, parecía que el partido se desarrollaba con el estadio atiborrado de público. Sólo hay que tener cuidado en que no abunde más, en las fotografías que simulan al público, una tonalidad demasiado blanca, si el partido que se emite es un Barça-Las Palmas, por ejemplo, ni tampoco una azul y roja si el partido que se televisa es un Sevilla-Madrid.

Teniendo muy en cuenta esta observación, ya sólo faltan unos altavoces de ambiente para que aquello parezca más real. El sonido estridente de alguna trompeta de plástico con tonalidad metálica, matracas y carracas, algún bombo y platillo con golpes de tambor, además de silbidos y pitidos, dejando escapar algún que otro insulto a los árbitros y a los seguidores de uno y otro equipo, acompañado todo de cánticos lejanos de los himnos de cada afición, hacen que el espectáculo pueda continuar como si el estadio estuviera lleno de público real y no virtual.

Y dicen los críticos deportivos que, desde que los equipos juegan partidos sin público, hay menos tensión entre los rivales, y el incremento del ‘fairplay’ se ha hecho más evidente, por lo que ha disminuido notablemente la muestra de tarjetas rojas y gualdas por parte de ese señor vestido, habitualmente, de negro. Sin duda alguna, los jugadores, al verse liberados de la agresividad del público en vivo y en directo, tienden a ser más amables en el juego, y están dispuestos a un simple toque de manos para solventar la contienda.

Por eso, quizás sea bueno, para todos los aficionados al fútbol que van a los estadios a descargar la tensión acumulada durante la semana, recapacitar un poco, en este tiempo en que deben guardarse las distancias, para limar, con humildad, esa agresividad que transmiten a los jugadores. Ya nos han demostrado que el público no es tan importante, puesto que, en cualquier momento, al público real se le puede convertir en virtual y el espectáculo continúa.

* Profesor