La realidad política de nuestro país ha cambiado sustancialmente en los últimos 6 años. Y, según apuntan todos los indicativos, va a trastocarse de manera definitiva en los próximos meses, en los que se sucederán varias citas electorales que condicionarán el futuro de la nación en los próximos años.

El voto se comenzó a fragmentar con la aparición de Podemos y la implantación nacional de Ciudadanos. Pero la previsible irrupción de Vox en ayuntamientos, parlamentos regionales y, posteriormente, en las Cámaras Alta y Baja, alumbrará un panorama aún más fraccionado, hasta el punto de que cualquier opción de gobierno, en cualquier ámbito territorial, habrá de pasar, muy probablemente, por el entendimiento de hasta tres partidos políticos (como mínimo).

Sin embargo, el nivel de tensión electoral, fruto de la acumulación de comicios, entre otros factores, es tal que las distintas formaciones políticas se ceban en sus ataques hacia otros partidos sin pensar en que, necesariamente, tendrán que pactar, si quieren tener opciones reales de conquistar el poder.

Este enconamiento en las posiciones propias, y la defensa numantina, y sin matices, de muchas de ellas, por parte de todos los actores del panorama político, además de provocar enfrentamientos innecesarios entre fuerzas políticas que tienen mucho en común, a veces, generan una tensión ciudadana que conduce a discusiones que, en ocasiones, hasta acaban deteriorando relaciones personales consolidadas.

Y es que la cerrazón y el maximalismo nunca han llevado a nada bueno. Pero es que, además, estratégicamente, a día de hoy, representan obstáculos insalvables para cualquier partido político que pretenda participar en la gobernabilidad de pueblos, ciudades, regiones, o de la propia nación.

El presente político de España hace más necesarios que nunca el entendimiento, el diálogo, y la articulación de mayorías en torno a ejes ideológicos comunes. Los cordones sanitarios (que nunca debieron existir) han de ser desterrados del discurso público. Y los puentes, entre distintos partidos, reconstruidos y reforzados, no dinamitados.