El jueves, creo, hablaban en una cadena de televisión nueva de un tema viejo. Hablaban de toros.

Hablaban como es normal que la gente hable. Que si esto, que si lo otro. Cada uno repitiendo el argumentario suyo de cada día. Que si la tortura, que si la pena, que si esto se acaba, que si el tren de la historia os ha atropellado. Caricias que el alma padece y a nuestra verdad de aficionados escapan. Mas en el fragor del combate le dieron la palabra a un torero. Por nombre Juan Mora . Veintiocho años de matador de toros por las plazas y los ruedos de España. Toda una vida. Todo, sin dejar nada. Y al ir a contestar ,- se perdió. Se perdió como un Quijote al que curas y bachilleres con voces de razón y orden explicaran que la peor de las pestes anida en los libros de caballería. Atónito, incrédulo,- Allí estaba Juan Mora ante el toro más difícil, el de la incomprensión, el del desprecio. Le preguntaron por Ronda, pero salió por Antequera. Y dijo ausente,- "si yo este domingo le pegara quince muletazos a un toro en Las Ventas". En los ojos dos lágrimas atrapadas, agarradas al sueño. Sólo por eso, por ese instante, se es torero, nos vino a decir con voz de profecía. Por quince muletazos. Aquellas dos lágrimas pedían puerta grande.

Los curas y los bachilleres de eso no saben, y aún creen que ven. Nada ven, nada entienden de historias de caballerías. Pero Juan Mora escribe libros de caballerías como quien cree en los milagros, y ayer, domingo, en Las Ventas del Espíritu Santo le dio quince muletazos a un toro de Torrealta. Ni uno más ni uno menos. Le bastó y le sobró para descerrajar la puerta grande más grande del toreo. Tres orejas que nadie olvidará. Ni curas ni bachilleres. Porque Juan Mora habló- con voz de profecía.