TCtuando en los años 80, hacia el final de la década, se completaba el trazado de la gran avenida cacereña que recibió el honroso nombre de La Hispanidad, los cacereños sentimos la íntima satisfacción --que podríamos considerar histórica-- de haber contribuido a fijar y enaltecer los hitos del pasado que nos ponían en el primer plano de la proyección universal.

Ya contábamos en nuestra ciudad con una calle dedicada a Colón; con una plaza nombrada de Los Conquistadores; con otra más apropiada y amplia, llamada de América --aunque en el leguaje coloquial del vecindario era La Cruz de los Caídos--; con toda una urbanización también denominada Hispanidad, en la que sus calles y vías urbanas se designaron con los nombres de varias repúblicas latinoamericanas y de las capitales más relevantes de aquel Nuevo Mundo, al que tantos cacereños cooperaron en su descubrimiento y civilización.

Para remarcar con mayor énfasis esta vinculación de sus gentes y de su Historia, de su cultura y de su afinidad plurisecular, el Ayuntamiento volvió a dar el nombre, a todo un sector urbano, de aquella princesa azteca: Tecuixpo --Isabel de Moctezuma-- a la que se consideró una cacereña más por haber sido esposa, madre y abuela de ilustres convecinos de la ciudad, que vivieron, precisamente, en uno de los palacios de la Ciudad Monumental más renombrados y visitados.

Una nueva y amplia avenida, eje de esta nueva urbanización también fue bautizada como Avenida Moctezuma y varias de sus calles adyacentes se las designó con los ilustres nombres de varios héroes, caudillos, Incas o Tlatoanis que lucharon contra los españoles para defender su independencia. Así aparecieron las calles de Cuahutémoc, Huayna Cápac, Atahualpa, Caupolicán, etc. Y en el entronque de ésta última calle con la nueva vía urbana que iba a ser la Avenida de La Hispanidad, se ubicó, por acuerdo municipal, un destacado monumento a las Culturas Indias de América personificado en el Tlatoani azteca, Rey Poeta de Tezcoco-Teohtitlán: Nezahuatcoyotl, que también quedaría empadronado en Cáceres --según reportó este mismo periódico-- cuando fue inaugurada la notable estatua de bronce, llegada del México y situada sobre un notable pedestal en el centro de aquella Avenida.

XAL FINALx de esta hermosa vía urbana, a la que se designó como Avenida de La Hispanidad, en su entronque con la Ronda de San Francisco, por acuerdo de los grupos municipales, se mantuvo enhiesta una gran portada decimonónica --quizá monumental entrada a alguna de las dehesas o fincas señoriales que fueron desapareciendo a medida que crecía la ciudad-- enfrente de la notable Huerta del Conde; hoy también afectada por algunas operaciones de especulación urbanística y por la adecuación de La Ribera del Marco como parque público.

Aquella portada monumental tenía un doble valor como hito ciudadano: Representaba los restos de un pasado inmediato de la Historia de Cáceres y de su vocación agroganadera, por su estructura, configuración arquitectónica y materiales. Y era, a la vez, la puerta de acceso a una ancha y despejada avenida en la que se alineaban los recuerdos, referencias y monumentos que nos ligaban con la Hispanidad --con el Mundo Hispánico--, que tanto debe a los afanes y sacrificios de los cacereños.

Esta Puerta de la Hispanidad debería ser ya considerada como uno de los principales hitos, o puntos de referencia, en el plano de nuestra ciudad. Ubicación de importantes organismos jurisdiccionales y sanitarios; confluencia de destacadas vías urbanas y sectores vecinales aledaños. Lugar de homenaje y recuerdo para todas aquellas naciones que surgieron --con la misma lengua y cultura-- de la labor civilizadora de miles de extremeños que dejaron allí la huella de su sacrificio.

No creemos que fuera un gasto excesivo ni inútil para las instituciones locales o provinciales reparar este monumento, revocar y decorar sus paramentos; colocar placas de marmolina blanca para escribir en ellas, con letras de latón, los nombres de todas las naciones que forman la Hispanidad. Adecuando también su coronamiento para situar sobre la toldilla del frontón las banderas nacionales de todos aquellos pueblos y países. Y regular adecuadamente el tráfico rodado de su glorieta, con semáforos bien visibles, para evitar las distracciones de los conductores.