TPtocas personas existen que tengan el corazón tan duro que no se apiaden de la pobreza, pero también son escasos los ciudadanos que admitirían que se quedara a dormir en el pasillo de su casa un pobre que se ha colado en su domicilio, aprovechando que estaba la puerta abierta.

En casa de los canarios son cientos de pobres los que se cuelan, aprovechando que el mar no tiene puertas, y parece que ahora vamos a vigilar el vestíbulo, no porque seamos duros de corazón, sino porque si la casa se llena de pobres que duermen en el pasillo sin nada que hacer, y a los que por razones humanitarias tenemos que dar de comer, pronto acabaremos todos en la indigencia.

Entre el egoísmo inmisericorde y la estupidez, entre el imbécil papeles para todos y la militarización de las fronteras, tenemos que buscar un camino que defienda nuestros intereses y no sea excesivamente cruel. Es una lástima que en un asunto que nos atañe a todos no exista un consenso entre las principales fuerzas políticas, y que en lugar de defender el interés general se haya optado, unas veces por la demagógica permisividad, otras por la arenga catastrofista, y nunca por una política razonada y sensata, ante una situación que todavía no es grave, pero que lo llegará a ser.

Incluso hay tontos aprendices de brujo que sueñan con que esos pobres que se cuelan en el vestíbulo sean un granero de futuros de votos, cuando lo que ocurre es que, ante el crecimiento de su número, los aborígenes que serán sus vecinos a la fuerza se volverán de extrema derecha, porque una cosa es predicar el amor al prójimo y el mestizaje, desde un piso céntrico, un chalet o una residencia oficial, y, otra, aguantar al prójimo, que no quiere mestizajes de ninguna especie. Ahora le vamos a poner puertas al mar. Pero por tierra, mar y aire, todas las semanas, hay unas docenas más de pobres tirados en el pasillo de nuestra casa.

*Periodista