Las cosas que estamos averiguando sobre la guerra-sucia, muy sucia que se desarrolló en Irak, gracias a las filtraciones de la web WikiLeaks, tienen poco que ver, me parece, con las presuntas o reales excentricidades del fundador de esta página en internet, especializada en sacar a la luz documentos comprometedores para los gobiernos. Nada importa si, como han sugerido algunas instancias, por cierto sin presentar pruebas suficientes, Assange , que se ha convertido en el azote de Washington, cometió presuntos delitos de acoso sexual en Suecia --le llegaron a acusar de violación, pero la fiscal retiró los cargos por carencia de fundamento--. Y menos aún importa que, como insisten con sospechosa coincidencia algunos poderosos medios occidentales, sea un tipo misterioso, que apenas da cuenta a sus socios de lo que va a publicarse en WikiLeaks. No, no es un personaje simpático este Assange que alardea de no ser periodista, porque, dice, los periodistas están al servicio de los poderosos; es más bien un prepotente, un bicho raro. Pero ¿y qué?

A mí lo que me importa es que, periodista o no, Assange está haciendo bueno el viejo dicho anglosajón según el cual "noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique, y el resto es publicidad". O sea, un ejemplo a seguir, al margen de cualquier connotación de carácter personal. Argumentar que la filtración de los papeles sobre la guerra occidental (norteamericana, pero no sólo) contra el régimen iraquí de Saddam Hussein pone en peligro la vida de algunos colaboradores de los Estados Unidos en esta guerra, que los nombres de algunos presuntos torturadores pueden salir a la luz con el riesgo que ello implica, me parece algo hipócrita y por supuesto nada convincente: ya podrían los cerebros del Pentágono y de la CIA haber mostrado el mismo celo para proteger la vida de esos al menos sesenta y cinco mil --se dice-- prontociviles muertos en la contienda por mor de los errores, las brutalidades o las bombas inoportunas.

Ya sé que se trata ahora de desprestigiar al mensajero. Pero qué quieren que les diga: para mí, que sí soy periodista, Assange se merece un premio Pulitzer. Puede que, incluso, merezca un Nóbel de la Paz algo más que el presidente del gran país que ahora trata de tapar las tropelías ejercidas bajo el mandato de su predecesor. Sin embargo, no sé por qué, tengo la impresión de que a Assange nunca le van a dar premio alguno...