En la era tecnológica en la que estamos inmersos la desestabilización es un arma fácil de usar y muy barata. Es la que Vladímir Putin ha estado utilizando para recuperar el papel de gran potencia de Moscú perdido tras el fin de la guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética. La injerencia rusa en procesos electorales como las elecciones estadounidenses o el referéndum del brexit, la fabricación de trolls que polarizan las opiniones públicas en varios países, o la manipulación informativa a través de medios de alcance global financiados por el Kremlin son hoy la avanzadilla de Rusia en esta guerra que carece de fronteras y de ideología. A ese arsenal cabe añadir el apoyo público de Putin a dirigentes ultranacionalistas o directamente antieuropeístas. Otro elemento de la política de desestabilización de Moscú son las guerras híbridas y congeladas con las que mantiene un glacis en torno a las fronteras rusas, ya sea con Ucrania, Georgia o Moldavia. En este nuevo capítulo de las relaciones internacionales desreguladas, Putin cuenta con un aliado formidable en la persona de Donald Trump y sus decisiones imprevisibles y disruptivas. La retirada de EEEUU de Siria es el mejor regalo que el presidente norteamericano podría hacer a Putin. Occidente debe mostrar firmeza ante la desestabilización que nace en el Kremlin y debe hacerlo sin contar con un Washington que forma parte de la misma desestabilización.