Está de moda invocar al «pensamiento crítico» como una competencia fundamental de la ciudadanía y en la que habría que educarla desde la infancia. Estoy totalmente de acuerdo. Solo el desarrollo de esta competencia podría dotarnos de la capacidad de análisis y la autonomía racional necesaria para no extraviarnos en la «jungla» de datos, desinformación, publicidad, y toda la (deseable) pluralidad de ideas y creencias en la que vivimos.

Pero, más allá de modas, ¿qué es de verdad el «pensamiento crítico»? Un filósofo diría que la capacidad de analizar exhaustivamente las ideas desde una triple perspectiva: ontológica, epistémica y axiológica. Un profano diría lo mismo, pero de modo más simple y superficial: pensamiento crítico es la capacidad para organizar, verificar y evaluar adecuadamente (según criterios explícitos y consistentes) la información que generamos o recibimos.

¿Qué es, por cierto, eso del análisis «ontológico», «epistémico» y «axiológico»? Veamos. La ontología es la disciplina filosófica que trata de «clasificar» o «categorizar» las cosas investigando su lugar en el mundo y el orden de las relaciones que guarda con él. Una buena ontología tiene que reflejar la presunta estructura de lo real y ser lógica, caso de que la realidad lo sea -y tendría que serlo incluso para dejarnos comprender que no lo es-. ¿Recuerdan la deliciosa taxonomía zoológica inventada por Borges: la de los animales (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (e) sirenas, (f) los que son fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables…? ¿Creerían que refleja una ontología adecuada? ¿Cómo emprenderían ustedes una «clasificación» de todas las cosas de las que recibimos cada día información? ¿Dónde se situarían ustedes mismos en ella?… Pues bien, de todo esto y de más trata la ontología.

En cuanto a la epistemología -y además de lo que cantaban Les Luthiers- es aquella «especialidad» filosófica que se ocupa de contrastar, no ya la veracidad de la información (para descubrir «fake news» o falacias lógicas) sino algo mucho más interesante: la veracidad de los propios métodos de verificación (así de juguetona y especulativa -ya saben, por lo de los espejos- es la reflexión filosófica). La axiología refiere, por último, al conjunto de disciplinas (Ética, Filosofía Política, Estética...) que tratan del análisis de los juicios y criterios de valor que componen las doctrinas morales, religiosas o políticas por las que nos conducimos en la vida.

Por cierto, y por si alguien lo duda: el pensamiento crítico no puede ser competencia específica de ninguna otra ciencia más que de la filosofía. La razón es que ninguna ciencia particular puede someter a crítica al mundo, al conocimiento o a los valores sin suponer un enorme punto ciego (el de su propia concepción de la realidad, de la verdad, y de lo que es -al menos, científicamente- valioso). Solo la filosofía admite (y transmite) una práctica íntegra del «pensamiento crítico», pues únicamente ella presume de actuar sin ningún presupuesto (ontológico, epistémico, axiológico) que no sea, a la vez, puesto permanentemente en duda.

El pensamiento crítico -la filosofía- ha de ser, pues, la espina dorsal de una escuela que, como mera transmisora de conocimientos, carece ya de sentido. Desarrollar la capacidad para organizar y verificar el torrente de información que nos inunda (y nos mantiene dispersos e inactivos), y ser competentes para evaluarlo de acuerdo a criterios propios y razonados, debería ser a todas luces la prioridad de las prioridades educativa. Y cuanto antes mejor. Abandonar a los niños frente a la tele o el móvil y no darles, también desde el principio, y a su nivel, las herramientas críticas para defenderse de ese tsunami (des)informativo, es una irresponsabilidad gravísima. ¿Quieren algo mejor -e infinitamente más efectivo- que el control parental, las prohibiciones o la censura de lo que el Estado o las compañías entiendan como «nocivo» o «falso»? Enseñen a los niños a pensar de forma crítica, o lo que es lo mismo -pero mejor-: enséñenles a filosofar.