Con un país sin gobierno desde hace nueve meses y dos candidatos tumbados en el Congreso en primera y segunda vuelta --ambos con el mismo socio, por cierto--, lo que menos podía esperarse era una sesión de patio de colegio como la vivida el viernes en la Carrera de San Jerónimo. Rajoy, sabedor de su derrota, no hizo otra cosa que aumentar la presión sobre Sánchez, responsabilizándole de todo, mientras que éste, anclado en el 'no es no', se sacó de la manga un movimiento de ficha para intentar de nuevo un gobierno progresista, con Podemos se supone, que habrá que recordar que falló la primera vez por el antagonismo de la formación morada con Ciudadanos y porque Iglesias directamente engañó a todos empezando por el proponiente. Todo ello, además, en una sesión en la que Albert Rivera anunció su divorcio con el PP para esa misma noche y donde Rafael Hernando, portavoz del PP, increíblemente minó el camino de la reconciliación usando la estrategia del 'ustedes qué se han creído'. Mientras tanto, Iglesias cantando serenatas nuevamente al balcón de Sánchez, pidiendo el perdón pero poniendo sus condiciones, y los nacionalistas esperando como siempre para el intercambio de cromos.

No tendremos gobierno, pero ¡qué espectáculo! Porque el disloque de la noche fue el anuncio del nombramiento del ex ministro José Manuel Soria, quien tuvo que dimitir por los papeles de Panamá, para un cargo del Banco Mundial por designación de un gobierno, recordemos, en 'funciones' y cuestionado por distintos casos de corrupción.

¿Y ahora qué? Se pregunta todo el mundo. Caben cuatro opciones: una, un paso atrás de Rajoy, descartado desde el cierre de filas del PP de ayer mismo en Génova avalando a su candidato no sólo para ahora, sino para unas hipotéticas terceras elecciones; dos, un gobierno del PSOE con Podemos pero con el consentimiento de Ciudadanos y el beneplácito de los nacionalistas; tres, una derrota estrepitosa del PSOE en las elecciones vascas y gallegas del 25 de septiembre y, consiguientemente, una apertura a la posibilidad, esta vez sí, de la abstención que piden algunos barones socialistas. O la cuarta: unas terceras elecciones.

Una nueva cita con las urnas no la quiere nadie. Fundamentalmente porque sería una demostración del fracaso de la política en líneas generales, pero además porque supondría abrir un melón cuyo resultado supone una incógnita y, por ende, un riesgo demasiado alto. Si le sale bien al PP la estrategia de que Sánchez es el culpable de todos los males que acechan a este país, aumentaría su ventaja en las urnas, pero si, por contra, no resultara así, los comicios arrojarían un resultado muy parecido al actual, quizás con una ligera bajada de las fuerzas emergentes, pero en suma un escenario de ingobernabilidad idéntico al actual. En consecuencia, ¿Qué sentido tiene iniciar una nueva partida de cartas para acabar casi con los mismos naipes en la mano?

Es evidente que, al margen del interés noble de cada partido, está el interés que supone su propia supervivencia. Por eso aún guardo un ápice de esperanza en que el sentido común impere en las cabezas de algunos de nuestros dirigentes. Emprender un viaje para perder buena parte del pasaje es absurdo, iniciar una estrategia que lleve al líder de una formación a hacerse el harakiri aún menos, por ello espero que antes de dos meses haya un gobierno porque, de lo contrario, habremos perdido todos.

Ahora empieza un periodo que denominaremos de 'impasse' donde cada cual planteará sus estrategias, pero sin perder de vista la del contrario. Mientras, los ciudadanos permanecerán atónitos ante el espectáculo en que parece haberse convertido la política de este país y que, ojo, corre serio riesgo de hacerse permanente.