De un rápido vistazo, esta segunda ola del coronavirus ha provocado dos actitudes prácticamente contrapuestas. Unos no alcanzar a ver más allá de rebrote en sí, absortos en el horror de un virus que obliga a nuevas medidas restrictivas y que amenaza con un escenario sanitario demoledor y unas navidades más inexistentes que atípicas. Otros, vislumbran un final abrupto basado en los (prometedores) ensayos de las diferentes vacunas. A vuelapluma, debieran ser visiones complementarias, porque una no anula a la otra. Pero eso no es lo que observo. Hasta en esto parecemos polarizados.

El segundo grupo ha ganado adeptos con el anuncio de Pfizer esta semana. La exuberante declaración de la multinacional farmacéutica (“el mayor avance médico en cien años”, textualmente) no debe ocultar que es una buena noticia. La mejor de las posibles en un panorama que exige un esfuerzo titánico incluso para los optimistas en serie. No es nada negativo una inyección de confianza, y así han reaccionado el resto de desarrolladores en la carrera por la vacuna contra la Covid-19. Y también los mercados, menos un español Ibex-35, que confirma nuestra tendencia a la excepcionalidad.

No obstante, vincular el final definitivo de la pandemia a las vacunas no supone tener una certidumbre temporal. No soy ningún experto, pero hay dos retos que deben resolverse antes de que podamos empezar a sacar el champán (o cava extremeño, preferible) de la nevera. Sé que no son tiempos de sutilezas, pero la eficacia de las pruebas en la vacuna no implica una efectividad inmediata.

Suponiendo un mundo ideal en el que no existan trabas burocráticas, la aprobación de las vacunas requerirá un plazo, que ahora mismo ni siquiera hemos empezado a contar. Porque lo anunciado por Pfizer no termina de ser un esperanzador resultado de la fase de pruebas. Habrá que saber qué efectividad tiene la vacuna en una aplicación masiva, y si se puedan descartar la aparición de efectos secundarios (la agencia europea suele pedir un período mínimo de un año en esta fase previa). De nuevo, reconozco que toco de oídas, pero incluso si existe una concertación absoluta de administraciones y productores de la vacuna, y cuando sabemos que el fin justifica acelerar los medios, parece claro que marcar plazos inamovibles es solo un ejercicio de voluntad.

El segundo desafío, a primera vista, puede sugerir un problema menor si ya tenemos la ansiada vacuna entre manos. Pero una distribución masiva de este tipo, a nivel mundial, y con gobiernos, agencias y organismos multilaterales inmersos en ella, es terreno inexplorado. Si hay un sector que ha visto paralizada su actividad por las restricciones derivadas de la pandemia, ha sido el del transporte. Que una reactivación por la distribución sea bien recibida por los operadores, casi como el maná, no significa que estén preparados. El panorama actual es de compañías en quiebra y escasa liquidez, aviones en tierra y autobuses paralizados, profesionales sin actualizar y dificultades operativas. Nada insalvable, pero definitivamente contrario a pensar en un acción inmediata y automática.

Luego, claro, la respuesta social. ¿No han oído cerca suya personas que rechazan de plano ponerse la vacuna? ¿O, por dónde se empezará a programar? Claramente pensamos en las capas de población más vulnerables al virus. Tiene lógica. Pero porque vivimos en un país con capacidad para adquirir las suficientes dosis, solo o en coordinación con Europa. La vacuna volverá a generar una asimetría con otros (muchos) países que reabrirá debate sobre fronteras y entradas. Y eso, abrirá otros viejas heridas.

Así que, ¿qué estamos descontando? Los anuncios gubernamentales están bien como forma de insuflar un ánimo que, siendo honestos, todos necesitamos. Nada más que palabrería si no se acompaña de un guía de actuación. Nadie se debe estar preparando para la vuelta a la normalidad, porque eso no va a existir como tal. Es sólo una evolución más. Y lo que si podemos descontar es que lo haremos más tensionados: vivimos en medio de incertidumbres políticas pausadas por el virus, pero que renacerán, y en medio de la búsqueda de una recuperación económica, de nuevo global y de nuevo, también, con notables diferencias entre países.