Qué más tiene que pasar para que nos demos cuenta de que la estamos cagando a lo grande? Parece que no haya límite. Parece que estemos en un coche que viaja dando trompicadas por una empinada cuesta hacia abajo, con una sola dirección: el abismo; y sin un conductor competente al volante. Y parece que todo el mundo esté mirando hacia otro lado.

Y que conste que siento mucho ponerme en plan catastrófico. Para mí septiembre ha sido siempre un mes de comienzos, de retos no siempre cumplidos, lo confieso, pero ilusionantes como esa caja de ceras que estrenábamos con el nuevo curso escolar y cuidábamos como oro en paño, por lo menos durante las primeras semanas.

Y este septiembre no era distinto. La pandemia no había conseguido borrar mis ganas de empezar de nuevo. Es más, había pensado que tras el esperado verano, ese que anhelábamos durante el ya olvidado encierro, las cosas irían mucho mejor y estaríamos todos con las pilas cargadas para encarar el otoño y el invierno. ¡Qué equivocada estaba!

Como las avestruces, parece que hayamos tenido bien metida la cabeza cada uno en nuestro propio agujero fingiendo una pretendida 'normalidad' en las que, sin duda, han sido las vacaciones más raras de nuestra vida. Durante estos meses estivales en los que la única similitud con años anteriores ha sido el calor sofocante, nos hemos adaptado a las nuevas rutinas, a las nuevas exigencias, pero sólo en apariencia.

Las mascarillas han pasado más tiempo en las barbillas y en las cabezas de alguno que tapando boca y nariz, como debe ser, la distancia social ha sido cada vez más sociable, y lo de lavarse las manos ha sido un ritual menos habitual de lo aconsejado, y todos los sabemos.

Porque no nos engañemos. Aquí no hemos llegado haciendo las cosas bien. Cuándo empezamos a olvidar el miedo es la cuestión. Porque durante el Estado de Alarma el comportamiento de la mayoría fue ejemplar, pero en los últimos meses algo ha pasado que ha cambiado otra vez la dirección del barco y vamos a pique. Dónde se torció el buen rumbo es algo que todos nos deberíamos plantear y practicar un poco de autocrítica.

Porque sí, todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. Me sorprende la poca coherencia de la mayoría de los mortales. Quién no conoce a alguien que se ha pasado el verano pasándose todas las recomendaciones sanitarias por el arco del triunfo y ahora con la vuelta al cole se queja día sí día también de la falta de prevención y seguridad. Es que es de traca.

De pronto aparecen 'expertos', como setas en otoño, que señalan las debilidades del sistema. Y sí, es cierto que el regreso a las aulas se podía haber organizado mucho mejor por parte de las autoridades competentes, con menos titubeos, más certezas y más diligencia. Y sobre todo, para qué nos vamos a engañar, con más dinero. Pero, ¿hemos contribuido cada uno de nosotros a hacer ese proceso más fácil o más difícil?

Ha llegado el día en que los cientos de nuevos casos y los ya incontables rebrotes llegan a los oídos de algunos como el que oye llover. Y mientras, en la prensa europea hablan ya del ‘caso español' y analizan qué ha podido suceder para que estemos entre los países del continente con más casos por 100.000 habitantes de nuevo, cuando en junio parecía que la situación estaba por fin controlada.

Pues si somos sinceros la respuesta la tenemos cada uno de nosotros. Porque vivimos en un país en el que parece que todo se hace de cara a la galería, así que si nadie está mirando me quito la mascarilla "que hace mucho calor y me agobia"; y en el cumpleaños de nuestro hermano nos comemos a besos a la familia, "porque total, si nosotros tenemos todos mucho cuidado...". Y así se escribe la historia.

De pronto pareciera que alguien le hubiera dado al botón de rebobinar y hemos vuelto a los comienzos de la tragedia. Es más, en algunas zonas de nuestra comunidad autónoma hay más casos, más fallecimientos y más hospitalizaciones de las que hubo al principio de la pandemia. A lo mejor ha llegado el momento de despertar, de dejar de mirar la pandemia desde el sillón del espectador y empezar a arrimar el hombro. Porque el invierno está a la vuelta de la esquina y la cosa no pinta bien.

*Periodista