TEtra el guapo de la familia, el niño bueno con cara de no haber roto nunca un plato. El y su mujer eran los modernos de la familia real, los que habían dejado la Villa y Corte para instalarse en Barcelona, ayer posmoderna, hoy preliberal. El era deportista, había jugado en el Barça, coleccionaba campeonatos de España y de Europa de balonmano, atesoraba medallas olímpicas y hablaba catalán. Ella, la infanta, incluso trabajaba, y lo hacía en La Caixa, el sueño dorado de la burguesía barcelonesa. Como siempre en estos casos, surgen las preguntas inocentes: lo tenía todo, ¿qué necesidad tenía?, ¿no era consciente de que jugaba con fuego?

Por delante de Iñaki Urdangarín está Letizia Ortiz , esposa del Príncipe, la princesa amada por unos y odiada por aquellos que le reprochan su origen plebeyo y la falta de pedigrí, la malvada presentadora de telediarios que nos ha robado a nuestro Príncipe. ¿Podemos imaginar cómo se la habría mortificado si hubiera sido ella, y no Urdangarín, quien estuviera implicada en la trama del Instituto Nóos?

La Casa del Rey ya ha anunciado que antes de finales de año hará públicos los gastos de la Monarquía. Por ahora, todo lo que sabemos es que tiene asignado un presupuesto anual de 8,4 millones de euros para el mantenimiento de la veintena de personas que la integran. Esto significa un sueldo equivalente al de un alto cargo. Hay que entender que ellos tienen sus obligaciones: deben vestir de primera, organizar banquetes y acoger a dignatarios de todo el mundo, aunque por su posición también se beneficien de las generosas donaciones que particulares, empresas o instituciones les hacen. Estamos impacientes por ver las cuentas, aunque todo lleva a sospechar que, cuando se desvelen las cifras, los interrogantes se multipliquen y el lío aún sea mayor. En el reino de las apariencias, lo que cuenta más es parecer honesto.