Mientras el rector de la Universidad de Extremadura anunciaba implícitamente su dimisión, dada su intención de convocar elecciones anticipadas, yo acababa de escribir este artículo. Lo hacía al observar cómo la prensa se llenaba de noticias preocupantes en torno a la Universidad. Las citas serían interminables, pero el reportaje que ha suscitado mayor atención es: La Universidad española ante el espejo , que apareció hace unas semanas en un gran diario nacional. Allí se ponía de manifiesto la inviabilidad del modelo actual y la necesidad de tomar decisiones duras y complicadas. La propia ministra de Educación reconocía sin ambages el problema.

Este mismo periódico se ha hecho eco también del asunto y, desde entrevistas con las autoridades universitarias a datos diversos --el último y más preocupante la acelerada caída en el número de estudiantes en la Uex-- también ha querido reflejar y trasladar a la opinión pública la magnitud del problema.

Como universitario me preocupa la Universidad, por eso he escrito también alguna colaboración reciente en este diario que señalaba más o menos los mismos problemas. Soy historiador y, precisamente por eso, creo que los problemas venideros son los que necesitan solución, pero desde el aprendizaje del pasado. Lo digo porque, de nuevo, estamos oyendo a los hacedores de soluciones mágicas sin hacer referencia alguna a los errores cometidos. Se plantean otra vez propuestas rimbombantes y fantásticas que, ahora sí, nos pueden llevar de forma definitiva a la catástrofe.

La situación actual de la Uex obedece a las nefastas decisiones que se tomaron hace no mucho tiempo y sobre las que ni siquiera se tiene el gesto de reconocer el error. Algunos predicamos entonces en el desierto y me temo que seguiremos haciéndolo pero, por mucho que intenten disfrazarlo, la Uex será un fracaso si pretenden arreglar el desaguisado los mismos que lo provocaron. Después de la tormenta provocada por el cambio de poder a comienzos de esta década, no se cejó hasta que las aguas volvieron a su cauce, disfrazándose la caverna con el ropaje de la modernidad.

Ya sabe la opinión pública ¡por fin!, que hay titulaciones sin alumnos. Pero lo grave es que no se hará nada, sencillamente porque los que, mientras tanto, han inflado artificialmente el número de profesores en sus departamentos, son los que sostienen al poder universitario actual con la ayuda de la Administración regional y, por supuesto, la reacción no está dispuesta, como la franquista, a hacerse el harakiri . En la Uex la transición no ha existido realmente, sólo se ha escenificado.

Podemos disfrazar el problema apostando por la Universidad-empresa, u ofrecer planes de jubilación anticipada y todo lo que queramos, pero lo mismo que casi nadie se jubilará, nadie cambiará apenas nada. Ya dije en estas páginas que todo había cambiado para que todo siguiese igual. Cualquier reforma que eluda solucionar las barbaridades en dotación de plazas está condenada al fracaso, se disfrazará una vez más para ir tirando, o tal vez para cortar a los únicos que mantienen el espíritu universitario en su trabajo del día a día. La Junta puede seguir aumentando las inversiones y tapando los agujeros económicos, siempre claro está que quien gobierne sea dócil y no solucionando nunca el déficit estructural, que asegura el sometimiento al poder político. Hasta las propias elecciones universitarias vuelven a hacerse coincidir con las políticas, mostrando claramente la absoluta falta de autonomía. Así no se contribuye a hacer una mejor Universidad.

La crisis de la enseñanza secundaria ya ha llegado a la Universidad y, me temo, que lo mismo que allí, aquí también acabaremos por destrozar el edificio del saber que otras generaciones nos legaron.

Es cierto que todavía muchos buenos profesionales ejercen su labor en la Uex, pero cada vez están más desalentados y decepcionados. Si otros pueden o quieren hacer una Universidad como la que he descrito, que al menos no nos tomen por tontos.

*Catedrático de la Uex