Hade dos días salimos a pasear por el centro de Badajoz, donde habitualmente lo hacemos, y recalamos en la plaza de San Juan, junto a la Catedral. Había un grupo de gente, algunos amigos, y varios periodistas, algunos también amigos.

Saludamos a unos y otros y con charlas intrascendentes dejamos pasar el tiempo.

Hasta aquí podría ser el relato cotidiano de una tarde en Badajoz. Aquel día no. Una concentración o manifestación de ciudadanos había sido prohibida, aquí en Badajoz, en otro medio centenar de localidades españolas no.

Al momento una pareja de agentes de la policía local se acercó al grupo para preguntar: ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿Hay algún portavoz o responsable de esta reunión?

Con toda educación, al igual que ellos, respondimos que estábamos charlando, mirando la Catedral, paseando en fin, por nuestra plaza. Al mirar más detenidamente vimos varios policías de paisano, hasta cuatro, que observaban y fotografiaban al grupo de ciudadanos, libres por el momento.

Qué sensación tan desagradable, qué mal sabor de boca. Hacía más de treinta años, desde nuestros tiempos de estudiante, que la policía no nos preguntaba tales cosas, y vaya papelón para estos agentes. Daría la mano derecha por leer el informe que deben estar redactando. Qué vergüenza de país estamos creando. Confiamos en que las fuerzas progresistas de Extremadura pidan explicaciones, a quien corresponda, acerca de la prohibición de manifestarse en un país que se supone libre, porque como dijo en Cáceres el señor Presidente del Gobierno: "Lo único de lo que tienen miedo los españoles es de volver al pasado".

Alvaro Meléndez y Pilar Galán **

Badajoz