Quierido café exprés, querido reparto exprés, querido tren exprés, sois signos de esta época. Esta época ya es distinta a la de ayer, pero mucho más a la de antes de ayer. O de pasado mañana.

El libro de familia, acuerdos previos del convenio regulador de bienes conyugales, un abogado, carnés de identidad y un notario, 24 horas y 300 euros escasos. Un paquete de tabaco, de jabón o unas flores, en una hora, en casa.

Un viaje a Polonia (un sueño, por lo demás) en un día escasamente, sobre raíles y traviesas (una quimera como mínimo).

Soluciones que arreglan los desajustes graves de la vida con los que nadie se imaginaba iba a encontrarse en las cuatro esquinas.

Querido divorcio exprés, al que tantos no llegamos o no llegan, como se prefieran, a tiempo. Esos mandados inmediatos, estas tazas humeantes que entonan en la canícula, ese viaje que es preciso no dejar de hacer en vagones que ni siquiera existen. Anhelos de la época contemporánea como zurcidos que no arreglan el mundo, pero que impiden a esos males mayores que suelen situarnos a los pies de los caballos.