Tendría que resucitar Quevedo con su amargura, su vitalismo frustrado y su, con perdón, mala leche, para hacer un retrato de la España de hoy, irónico, macabro e incitador al vómito, en clara correspondencia con lo que estamos viviendo. Porque, si volviera de la muerte el genial conceptista, encontraría tal arsenal de material deformado de antemano, que resultaría fuente inagotable de caricatura jocunda y siniestra. Pues, dotado como estaba para reírse de sus propias desgracias, la situación le regalaría personajes y trances bastantes para ofrecernos sentencias mucho más definitivas que la de que la vida empieza en lágrimas y caca, sustituyendo vida por España.

Imagine el querido lector cómo retrataría nuestro poeta a ese Puigdemonio que escribe en Twitter que las leyes están para cumplirse, así como lo leen, que supongo que habrá querido ser sarcástico, o a ese Rajoy con ojos espantados acusando a Sánchez de debilitar España por censurarle a él, como si él y solo él fuera la madre patria y querer echar a un partido repleto de corruptos y cuyo presidente actual no merece para la Justicia credibilidad alguna, fuera crimen de lesa traición. O a ese Sánchez que aceptará los votos independentistas porque él, cuyo partido atufa a corrupción pasada y presente igual que el PP, será el regenerador de todo lo regenerable.

Mas si Valle Inclán volviera, encontraría desfasado lo de que España es una deformación grotesca de la civilización europea. Ya que este país nuestro es fiel reflejo hoy, que no esperpento, del lodazal en que lleva camino de convertirse lo que quede de Europa, con sus líderes populistas con claras simpatías ultraderechistas ganando elecciones en Hungría, o formando gobierno en Austria, jueces varios, ya belgas, alemanes o escoceses, humillando a la justicia española o consintiendo en España lo que en su país castigarían, ya por prejuicios, ya por ignorancia, y ese flamante primer ministro italiano, Cifuentes o Casado en otros lares, que en lugar de avergonzarse, se aúpa al poder engordando su currículum porque él lo vale.