En un mundo contaminado por tanta crisis y desesperanza, donde abundan los problemas, emergiendo como brotes de humo insoportable, existe por desgracia un elemento clave que suele pagar los platos rotos: el niño (dulzura y simpatía de la vida que, sin embargo, es la principal víctima inocente del corrompido y cruel planeta Tierra).

La injusticia se ceba una vez más. Quien menos culpa tiene es el que al final sufre las consecuencias, soportando las calamidades y torpezas de los adultos. Lo podemos comprobar a diario en el transcurso de la historia, no sólo en los últimos tiempos, sin que cambie para nada la situación. Es gravísimo lo ocurrido en Africa con el género infantil, donde se cambian libros y mesas de pupitre por metralletas o fusiles, siendo utilizado como herramienta de guerra, sin que aquellos gobiernos autoritarios lo eviten. Por sorpresa y en la actualidad, los territorios modernos occidentales siguen los pasos de aquéllos, como cómplices de la situación, maltratando al niño de forma distinta (igual de dura) con las desapariciones o abandonos, trasladándole y digiriendo los adversidades conyugales. Más raros y lamentables son los ejemplos de pederastia en el universo o delitos sexuales por internet. Por favor: ¿qué atractivo sexual puede tener un chiquillo de 3 años? Locuras de la mente humana, incapaces de comprender. Dichas acciones no las ejecutan ni los maniáticos desesperados. La ingenuidad del chico no tiene por qué tolerar, ni menos pagar esta horrible lacra. ¿Qué futuro les estamos inculcando?

¿Hasta cuándo, señores? Si somos incapaces de arreglar nuestra mente, sí al menos dejémosle disfrutar de su propia vida. Al fin y al cabo, ellos serán protagonistas del mañana.

Rafael Ayala Marín **

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