TCtuidar a una criatura es alimentarla, vestirla, lavarla, entretenerla, estimular su imaginación, ayudarle a desarrollarse, demostrarle todo el cariño del mundo, velar por su seguridad, atender sus demandas, educarla, enseñarle hábitos y buenas maneras, jugar, hacer que duerma adecuadamente, que aprenda a vivir en la sociedad en la que crece, dedicarle tiempo, esfuerzos y capacidades.

Es este conjunto combinado de amor, atención y transmisión de valores lo que determinará, sin ser garantía de nada, una parte importante de la persona en que acabará convirtiéndose el menor.

La atención a los niños es la forma más instintiva de solidaridad colectiva basada en la compasión y suele ser muy gratificante pero también muy absorbente y una de las tareas más desprestigiadas por la colectividad: ya se trate de madres (a quien se critica que opten por dejar de lado su trabajo y se dediquen a los hijos), canguros (a quien se paga menos que a las mujeres de la limpieza, que ya es poco), abuelos (de quien se espera que se encarguen de los nietos por vocación aunque los cansen) o maestros y puericultores en general.

XEN UN PROGRAMAx de televisión Sala Martin intentaba explicar por qué las mujeres acceden menos a puestos de responsabilidad dentro de las empresas. Uno de los factores decisivos es el de la maternidad, ya que las mujeres con hijos dedican más tiempo a las criaturas que el padre, independientemente de su nivel intelectual o su formación.

El economista añadió que sería más lógico que el más tonto de los dos fuera el que se quedara con los niños, una opinión que parece bastante mayoritaria en nuestra sociedad. A saber si esta percepción, la de que no hay que ser demasiado inteligente para educar, no es una de las raíces profundas del fracaso escolar y de tantos otros problemas de los niños y adolescentes.