En esta campaña de confrontación que vivimos en dos fases, primero generales y después autonómicas, no basta con situarse ideológicamente en un bando, hay que asegurarse un enemigo. Estamos en la era de la visceralidad y el odio, fomentada por nuestros políticos, donde se adoptan parámetros y comportamientos más propios de forofos de fútbol que de simples electores. Aquí ya no se simpatiza con la derecha o con la izquierda o se comparten programas electorales de la socialdemocracia o de partidos liberales o conservadores. Se ha establecido la regla de la negación, del no por el no, y no se vota a favor de nadie sino en contra del de enfrente. En resumidas cuentas, un voto para echar a Sánchez (objetivo común parece ser de PP, Cs y Vox) y su contrarréplica, un voto para frenar a las tres derechas refrendado por el PSOE, Podemos y todos aquellos partidos que apoyaron la susodicha moción de censura.

Mira que a lo largo de nuestra joven y a la vez madura democracia ha habido luchas a cara de perro PP-PSOE. Mira que se han utilizado métodos, cuanto menos cuestionados, para alcanzar el poder. Pero la radicalidad de ahora no tiene parangón y eso se debe sólo a Cataluña. El independentismo catalán y sus métodos golpistas han despertado al nacionalismo español, el cual ha dividido a España entre derechas e izquierdas nuevamente radicalizando los posicionamientos de todos, tomando como única bandera quitar de en medio al que está o frenar al que viene.

Hace solo un año, uno echaba un ojo a la posición ideológica de la sociedad española reflejada en cualquier estudio demoscópico y aparecía un centro político copado por un montón de partidos y unos extremos vacíos. Existía el centro derecha y el centro izquierda donde el electorado posicionaba a los partidos tradicionales, PSOE y PP, y a los nuevos surgidos en los últimos años, Podemos y Ciudadanos.

En la actualidad no ocurre así. Los electores han echado hacia la izquierda al PSOE arrimándolo a Podemos y han situado a Ciudadanos cerca del PP, partido que solo hace arrimarse a la derecha radical de Vox para tratar de frenar las fugas de electores que parece haberle generado la nueva formación. En consecuencia, el centro, donde cabe recordar se ganaban las elecciones, donde estaba toda esa gente que declinaba la balanza en uno u otro sentido en cada nuevo comicio, se ha vaciado. O han emigrado hacia la derecha o lo han hecho hacia la izquierda. O peor: directamente están huérfanos de referentes y serán caldo de cultivo de la abstención.

Pero estas son las reglas del juego democrático y a donde una sociedad como la nuestra va si se radicaliza. De ahí que ahora los analistas políticos anden (o andemos) despistados sin saber hacia qué lado se va a decantar la balanza en las próximas elecciones y las siguientes. Nos faltan cartas en la mano, y los bastos parecen haberse juntado con las copas y las espadas con los oros, hasta el punto de que ya no hay que averiguar quién va a ganar unas elecciones, sino quien perdiendo puede gobernar. Terrible porque las encuestas sirven para un rato y los resultados que arrojan, encima, definen una España ingobernable donde va a resultar harto complicado conformar un gobierno si no suman como se aprecia ninguna de las facciones en pugna. Es que ni el resultado del 28 de abril va a valer de referente para el 26 de mayo aunque algunos crean que se trata de unas primarias. Luego está lo que dice un amigo mío del PP sobre lo que él denomina la hora de la verdad, que es esa soledad que se genera en la cabina del colegio electoral donde uno acaba diciendo aquello de ‘virgencita, virgencita, que me quede como estoy’ y coge la papeleta de siempre.

Nos queda apenas mes y medio para el arranque de la campaña electoral de las generales aunque aquí todo el mundo está ya metido en faena. Es la primera vez que en Extremadura los partidos van a tener dos comicios que afrontar, encima, sin parón de por medio. Cuando se peguen los primeros carteles, allá por el 12 de abril, dará comienzo una carrera frenética no se sabe si hacia un gobierno o dos, o una oposición doble. Todo un martirio para una militancia, pero sobre todo para una dirección que ahora tiene que conformar listas donde caben menos nombres que antes y donde no se pueden arreglar las cosas de una vez para otra. Ahora, todo a la vez.