En la madrugada del pasado jueves, los presidentes de Gobierno y jefes de Estado de la UE adoptaron nuevas medidas de política fiscal y financiera que fueron presentadas como un "acuerdo histórico" en el camino de la solución de la crisis.

Los analistas y expertos no se dejaron, sin embargo, impresionar por esa retórica grandilocuente, y coincidieron en que para saber si era de verdad un paso definitivo para superar la crisis había que esperar a lo que dijeran los mercados.

Los mercados ya han hablado. Su lenguaje, como saben, es parco en palabras. Hay que interpretar su estado de ánimo a través de tres señales: la evolución del diferencial de la deuda de los estados (es decir, lo que cobran de más por prestar, pongamos por caso, a España o Italia que a Alemania); la evolución de la Bolsa y la cotización del euro. Pues bien, el lunes las primas de riesgo de la deuda de los países del euro se dispararon, las bolsas se vinieron abajo y el euro cayó con fuerza.

Probablemente este veredicto de los mercados llevará a los gobiernos europeos a insistir, con tozudez digna de mejor causa, en la austeridad compulsiva; es decir, en los recortes sociales.

Esta política de austeridad puede llevar a muchos ciudadanos a pensar que es impuesta por los mercados. Lo expresó de forma magistral en una de sus viñetas ese extraordinario analista de nuestra realidad que es El Roto: "¿Por qué si elegimos a los políticos, nos gobiernan los mercados?".

XMI PERCEPCIONx es diferente. Lo que están diciendo los mercados, y los gobiernos no entienden, es que la política de austeridad generalizada que imponen Merkel y Sarkozy no es la salida a la crisis, sino el camino para la recaída en la recesión y el desempleo. Los mercados saben que cuando no creces, y el paro es elevado, no puedes pagar las deudas.

Es probable que esta incapacidad de los gobiernos para entender a los mercados tenga que ver con la transformación que han experimentado en los das últimas décadas. Veamos.

¿Quiénes son los mercados? Los prestamistas que dejan su dinero a los gobiernos (y también a los bancos) para que puedan financiar la parte de los gastos que no cubren con los ingresos de los impuestos.

Cuando los gobiernos (y los bancos) necesitan recurrir en gran cantidad a los prestamistas, estos adquieren una influencia determinante. Tanto, que pueden hacer caer gobiernos, como ya sucedió con Papandreu en Grecia y Berlusconi en Italia.

¿Es la primera vez que ocurre? No. Lo que podríamos llamar el Gobierno de los prestamistas es una constante que se repite a lo largo de la historia. En nuestro caso, el libro Carlos V y sus banqueros , la obra magna del historiador Ramón Carande , es un magnífico ejemplo de cómo la deuda y los prestamistas influyeron en la política del Monarca. Prestamistas que tuvieron una influencia determinante fueron los Rothschild , familia de banqueros judíos. El FMI, en su condición de banquero de los gobiernos, es otro ejemplo de influencia de los prestamistas.

Los viejos prestamistas tenían cara y ojos, es decir, nombre y apellidos conocidos; sus oficinas estaban en edificios impresionantes, con despachos de mármol y maderas nobles; vivían en lugares concretos, ya fuesen Londres, Nueva York, París o Madrid; su conducta era predecible, y se podía llegar a acuerdos de caballeros que incluían renuncias a cobrar parte de la deuda (quitas) como forma de salir de las crisis.

Los nuevos prestamistas son diferentes. No tienen cara y ojos reconocibles; no viven en ningún lugar concreto; sus oficinas están donde están sus pantallas de ordenador, a través de las cuales dan órdenes de compra y venta de todo tipo de activos; no son banqueros sesudos, sino gestores, en general muy jóvenes, del dinero que millones de ahorradores e inversores depositan en fondos de capital riesgo o de pensiones; su conducta financiera es impersonal y gregaria, guiados por lo que se llama conducta de rebaño, y son más poderosos por la magnitud de los fondos que manejan. Tanto que los propios viejos banqueros están a sus órdenes.

Esta diferente naturaleza, conducta y lenguaje de los nuevos mercados no está siendo comprendida por los gobiernos. Ahora no se puede llegar a acuerdos de caballeros como los que Angela Merkel quiso imponer en Grecia y a los que finalmente, a la chita y callando, renunció en la cumbre de la semana pasada.

Lo que los mercados quieren ver en las políticas de nuestros gobiernos es un compromiso con la reducción a medio plazo del déficit y, especialmente, con el crecimiento y la creación de empleo. Pero los gobiernos europeos siguen erre que erre solo con la austeridad. Y así nos va.