Dramaturgo

El problema de Trillo es que como se ponga a hacer literatura bélica le salen los Tercios de Flandes, la cabra de la Legión, los últimos de Filipinas y las tiendas de campaña de Cerro Muriano llenas de chinches. Ya le gustaría a él, el más letrado de los ministros que España haya tenido, que le salieran páginas con un Cervantes herido en Lepanto, Churrucas y Gravinas, el héroe Cascorro, hazañas bélicas y el Séptimo de Caballería haciendo huir a Toro Sentado, pero España y sus soldados (yo lo soy porque hice la mili en la plana mayor de carros del Castilla 16) somos así, señora, valientes, chapuzas, mezquinos o generosos, según sople Levante o Poniente, más cainitas (por las muchas guerras civiles que han asolado este solar) que planificadores, conquistadores y aspaventeros, de poco leer y mucho beber y muy orgullosos. Y ese orgullo que ante el enemigo es virtud (sobre todo cuando uno mira hacia la retaguardia y ve lo que ve) se multiplica ahora que el ejército español es el de una democracia, participa en labores nobles y humanitarias (aunque un ejército y lo humanitario formen un oximorón) y representa a un pueblo mucho más noble, más democrático y más humanitario que aquél que era gobernado por generalitos.

Por eso Trillo debe tener cuidado y dejarse de "ya se oyen los claros clarines" y debe sentarse ante los informes técnicos, ante los presupuestos, antes las listas e inventarios de material y decidir de una vez su futuro.

Nuestro ejército como nuestro país están muy lejos del chusco duro, el tanque que se atascaba y los soldaditos con calcetines blancos en las manos para el desfile de la Victoria porque se habían acabado los guantes blancos. ¿O no?