A ti. A ti, que naces a deshoras. A ti, que acabas de nacer y a vivir empiezas. A ti, en la noche fría del invierno mío. A ti, que vienes a la intemperie y a mi intemperie vienes. A ti, que vienes, sin embargo, siempre, en las andas ligeras de la esperanza. A ti quisiera preguntarte cómo, cuándo y dónde. Y también quién y también por qué.

Quisiera preguntarte cómo. Cómo llegar a saber, si es que a saber alcanzo. Cómo hacer guardia -tensa- en la espera -sin relevo-. Cómo levantar el corazón en defensa del hombre y de los hombres. Cómo decir: uno soy porque uno somos. Cómo llenar los vacíos que me crecen dentro. Cómo hacerle un torniquete al delta de las ausencias. Cómo arrancarme la metralla de los idos. Cómo se obró el milagro del tiempo, de la edad adulta, de la vejez en ciernes... Cómo he llegado hasta aquí; si la vida es sueño nada más y si los ríos van a dar a la mar (nada menos). Y, sobre todo, cómo y cuándo respirar la esperanza que nos tienes prometida.

Quisiera preguntarte cuándo. Cuándo se hará la luz. Cuándo será el día. Cuándo encontraré el camino. Cuándo será mía la dicha del combate. Cuándo será llegada la hora de alzar las palmas. Cuándo cantará mi escuadra canción de amor. Cuándo arderá la madera de la que está hecha la soledad; cuándo el paño del olvido. Cuándo mis letras serán verso; un solo verso en la entera estrofa española del canto universal de tu gloria. Y, sobre todo, cuándo y dónde te oiré decir: ¡Camina!

Quisiera preguntarte dónde. Dónde buscar tu nombre. Dónde tu estrella. Dónde tu mar azul. Dónde tu puerto calmo. Dónde tu luz y dónde los ojos con que verla. Dónde los corazones en gavilla. Dónde hallaré justicia. Dónde hallaré caridad. Y dónde... me hallará la muerte. Dónde será perdido el almanaque de mis días. Dónde la sombra torva de mi propia conciencia me espera sañuda. Dónde tu reino. Y, sobre todo, dónde y quién tu misericordia.

Quisiera preguntarte quién. Quién hizo la noche y la enamoró del día. Quién las bombillas de colores. Quién los tiovivos. Quién los caballitos de cartón. Quién la feria. Quién el algodón de azúcar. Quién el caldo de puchero... Quién puso en mi mejilla los besos de mi madre. Quién apretó mi mano en la mano de mi padre. Quién se tomó la molestia de alentar el barro del que estaban hechos ambos dos. Y, ahora también, quién es ese rostro que asoma en un viejo portarretratos de mi mesa de despacho. Quién sobre la memoria. Quién sobre el olvido. Quién eres. Y, sobre todo, si lo has sido y si lo seguirás siendo por los siglos de los siglos.

Quisiera preguntarte por qué. Por qué vuelven las olas al mar. Por qué vuelve el viento al trigal. Por qué el llanto sobre la herida. Por qué las heridas no tienen cuento. Por qué los unos contra los otros. Por qué, tras buscar, no hallo. Por qué la fe va y viene como las olas -doloridas, encadenadas y vencidas- que van a morir al rompeolas, pero nunca mueren todas. Por qué, sin embargo, extrañamente, solo en tu nombre, alto y cierto, espero consuelo. Y, sobre todo, quisiera preguntarte, niño crucificado -cuajarones de sangre, rosa de espinas- por qué la única escalera que lleva a tus cielos tiene forma de cruz.

Quisiera preguntarte a ti, que acabas de nacer, si hay cómo, si hay cuándo, si hay dónde, si hay quién, si hay por qué… Si Tú fuiste Él (en la cruz). Y si volverás a serlo Y, sobre toda pregunta, quisiera preguntarte, a ti que todo lo sabes, a ti que todo lo puedes, niño que lloras en los brazos de tu madre… ¿por qué lloras?

Quisiera, aquí, ante Ti arrodillado, pero nunca me atrevo.