WLw a sutileza de Mohamed VI de protestar por la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla en un comunicado separado del discurso del martes, conmemorativo de la Marcha Verde, subraya el acierto de nuestro Gobierno de no sacar de quicio el conato de crisis con Marruecos. El recurso al lenguaje nacionalista y grandilocuente parece destinado más a la opinión pública marroquí, agitada por el memorial de agravios exhibido estos días por los islamistas moderados y el partido Istiqlal, sobre todo, que a complicar las relaciones con España. Aunque si por algo destaca la monarquía alauí es por su apego a los gestos imprevisibles y, en consecuencia, toda prudencia es poca al interpretar las señales que llegan del otro lado del Estrecho. Justamente es la prudencia la que obliga a no pasar por alto la referencia que en el comunicado se hace a la interpretación del tratado de amistad firmado por los gobiernos español y marroquí en 1991. Es improbable que se trate de una cita a humo de pajas habida cuenta de que en el tratado se menciona la integridad territorial de las partes, y hasta la fecha se ha sobrentendido que esta respeta el estatus de Ceuta y Melilla como ciudades españolas. Al menos, esta es la interpretación hecha no solo por España, sino por la comunidad internacional, donde nadie discute la titularidad de ambas ciudades. Algo que no sucede con el Sáhara Occidental, bajo soberanía marroquí de facto, pero que casi ningún Estado ha reconocido de iure a pesar de que la ocupación por Rabat de la excolonia se remonta a 1975. Conviene recordar estos datos ante la eventual tentación de Mohamed VI de equiparar el contencioso sahariano a la situación de Ceuta y Melilla.