Hace cuatro días, como quien dice, escuché de puertas afuera de mi casa despotricar a un rudo paisano, campesino por todos sus costados y con lengua como destral. Reñía desaforadamente a un menor, tildándole de negro de mierda . Y aunque el chaval es bastante moreno, no es de raza negra, sino hijo de un palestino, educado e inteligente, que contrajo nupcias con una profesora hija del lugar donde resido habitualmente o donde vivo retirado del mundanal ruido (es un decir, porque el ruido mundano penetra ya por todos los intersticios).

Curiosamente, parece ser que las encuestas no son muy alarmantes en lo que toca a actitudes racistas de los españolitos de a pie. Pero a tenor de lo que se respira por estas ruralidades, de las que presumo conocer un poco, da la impresión que las encuestas están amañadas. La gente, a nada que se les rasque la epidermis, echan pestes de moros y negros , de polacos y sudacas . Piensan --incluidos los votantes del PSOE, que suelen ser la mayoría-- que, en este bendito país, se le abren las puertas de par en par a los ciudadanos procedentes del Tercer Mundo o de otras demarcaciones que andan pasando las de Caín, trasponiendo nuestras fronteras lo peor de cada pueblo y lo más malo de cada casa. Y, luego, --afirman-- reciben mejor trato y consideración que los propios nativos.

Los estereotipos que los paisanos tienen sobre esos extranjeros son tremendos y tremebundos: que si su piel tiene un olor desagradable, que si el aseo corporal brilla por su ausencia (cosa también bastante común en nuestros pueblos hasta no hace mucho, que llegó el agua corriente), que si son traficantes de droga, que si son delincuentes natos, que si practican una asquerosa promiscuidad, que si sus hábitos alimenticios son nauseabundos, etcétera. Pero para explotarles en la recolección de estos o aquellos productos agrícolas, el personal no para en tales remilgos. Hasta conocemos --valga la penosa anécdota-- a una terrateniente, ya entrada en años, que se hace llevar al corte un magnífico sillón, en el que se aparrampla cómodamente para vigilar a sus esclavos . Cuando hay que realizar los correspondientes desplazamientos, cuatro magrebíes transportan a ella y al sillón sobre sus hombros, vadeando gargantas o subiendo ásperas cuestas.

XULTIMAMENTEx, han surgido escandalosas declaraciones de las bocas de diversos vecinos de la localidad extremeña de Talayuela. Nadie las ha desmentido hasta la fecha. Y apuntan a que todo eso de ejemplo convivencial inter-étnico en su pueblo es un puro camelo; que lo de las medallas y otros galardones concedidos a la villa por tan buena vecindad es fruto de utópicos sueños de políticos, que han premiado la sacrificada voluntad de fulano o citano, que, ciertamente, no ha cristalizado en hechos tangibles... Y lo más grave de todo es que acusan a muchos profesores del pueblo de enviar a sus hijos a estudiar a Navalmoral de la Mata, huyendo de la quema y poniendo en entredicho el oxigenado clima de convivencia del que hablan otros, al mentar la localidad de Talayuela.

Peliagudo y candente es el tema de la inmigración. A veces, y en lo tocante a nuestra tierra, los extremeños nos olvidamos que hemos sido una comunidad de emigrantes. Muchos paisanos nuestros tuvieron que hacer las maletas, en los años de la dictadura franquista, y saltar a Europa, a congeniar con culturas diferentes. Naturalmente que la mayoría llevaba su correspondiente contrato de trabajo. Iban a realizar duros trabajos, los que no querían los alemanes o los suizos, los belgas o los holandeses.

Hoy se nos llenan las Canarias y las costas andaluzas de pateras y cayucos. Nos desbordan los sin papeles . Pero a ver quién le pone puertas al mar, máxime cuando detrás viene empujando el hambre y la desesperación.

No caben actitudes xenófobas a las alturas de nuestra civilización. Pisotear la dignidad humana es propio de posturas nazis y fascistas. Y no caben tampoco actitudes hipócritas ante el fenómeno de la inmigración, verbalizando una cosa y, luego, adoptando comportamientos opuestos. Controlar a la emigración le corresponde al Gobierno de turno, pero a nosotros, ciudadanos de a pie, nos atañe establecer vínculos solidarios, de libertad, igualdad y fraternidad con nuestros semejantes. Y a los que estamos inmersos en tareas educativas, formar alumnos y alumnas íntegros, capaces de dar batalla a cualquier brote de tintes racistas y xenófobos.

*Profesor y educador social