Se discute si el deporte debe permanecer como una especie de entelequia apartada de la realidad o si debe posicionarse como parte de la misma ante situaciones injustas. Mientras hay quienes solo contemplan el espectáculo socialmente aséptico, lo cierto es que la historia está jalonada de episodios en que política y deporte se han mezclado. Desde la muerte de George Floyd a manos de la policía, el grito de «Black Lives Matter» ha resonado también en el entorno deportivo, pero tras el acribillamiento de Jacob Blake -con una elevadísima tensión social, con milicias blancas armadas y los republicanos reclamando «ley y orden»- la respuesta ha ido más allá. La burbuja de Disney World, donde se deciden los extraños play-off de una temporada de la NBA singular, ha estallado en pedazos porque los jugadores no quieren permanecer al margen de la ebullición en las calles. A la inicial plantada de los Milwaukee Bucks, de Wisconsin, se han añadido los demás, con lo que la competición, ahora suspendida, corre peligro de anularse. El deporte late por una sociedad más justa, sin opresión ni racismo. Y su grito de indignación es poderoso e influyente, en un año decisivo para el futuro de Estados Unidos.