WEwl mes pasado, el seleccionador español de fútbol, Luis Aragonés, cometió un error al usar expresiones racistas para arengar a uno de sus jugadores. La federación, el propio entrenador y la mayoría de medios informativos cometieron otro aún mayor al considerar que los excesos verbales son excusables en el campo de juego y que bastaba con una tibia disculpa. La equivocación de no zanjar el tema de forma tajante se ha demostrado ahora: Aragonés ha vuelto a utilizar términos inapropiados. Y no se trata sólo de censurar la incorrección de su lenguaje. El racismo en el fútbol español existe, hasta el punto de que se dan por naturales actitudes que en otros países son imperdonables, como la generalización de los gritos racistas en las gradas. El martes hubo una buena prueba: la federación inglesa protestó ante la UEFA y la FIFA porque tres jugadores negros de su conjunto sub-21 fueron abucheados en Alcalá de Henares con gritos simiescos.

Un seleccionador nacional representa al fútbol español y debe tener una actitud ejemplar ante la xenofobia o la violencia. Como Aragonés no parece entenderlo, debe dejar su cargo. Y con él, los dirigentes deportivos que crean que el fútbol es así. Ya que puede no serlo.