Hay momentos en la vida de un país, que suelen coincidir con acontecimientos traumáticos o marcados por una especial singularidad, que bien podrían utilizarse a modo de fotos fijas, realidades que radiografiar a la búsqueda de respuestas. La tragedia ocurrida en la curva de A Grandeira, en el barrio de Angrois, a cuatro kilómetros de la estación ferroviaria de Santiago de Compostela, bien podría ser uno de esos momentos. Escribo estas líneas todavía en horas de duelo, transcurrido apenas día y medio desde esos instantes terribles del descarrilamiento, y cuando todavía decenas de personas se debaten entre la vida y la muerte y algunos cadáveres permanecen sin identificar. Y, por supuesto, cuando la investigación sobre las causas del accidente se encuentra en su fase preliminar. No es fácil. Son exigibles la mayor prudencia y el mayor pudor, pero también resulta conveniente plasmar algunas cuestiones que suelen olvidarse una vez superado el shock de la tragedia.

En primer lugar, las infraestructuras. Parece haber ya una evidencia, y es que el tramo de la vía en que se produjo el accidente no estaba dotado de mecanismos de seguridad propios de la alta velocidad, a pesar de que por allí circulan trenes de alta velocidad, como el Alvia del siniestro. El sistema de seguridad de dicho tramo es el ASFA (Anuncio de Señales de Frenado Automático), propio de las vías convencionales, que solo obliga a reducir la velocidad si se superan los 200 kilómetros/hora; el sistema idóneo es el ERTMS (European Rail Traffic Management System, sistema europeo de gestión del tráfico ferroviario), que activa la conducción automática en caso de anomalía. Diversas fuentes afirman que si ese sistema hubiera estado instalado el accidente no habría ocurrido; otras aseguran que no era obligado en ese tramo de la vía.

En segundo lugar, el maquinista. El diario ABC, edición digital, publicaba el pasado jueves 25 una captura, con fecha 8 de marzo de 2012, del perfil personal en Facebook de Francisco José Garzón Amo, conductor del Alvia Madrid-Ferrol (52 años, 30 de profesión), donde se podía ver la foto del velocímetro de un tren a 200 kilómetros/hora y un comentario: "Qué gozada hacer saltar el radar a la Guardia Civil"; pocas horas tras la publicación de la noticia, su perfil desapareció de la red social. Justo después del accidente, Garzón Amo, herido leve, realizó una llamada a los servicios de emergencia donde reconoció ir a 190 kilómetros/hora cuando debía ir a 80. Mientras se escriben estas líneas está custodiado en el hospital por varios agentes, a la espera de tomarle declaración.

En tercer lugar, el comunicado de condolencias del Gobierno. La Secretaría de Estado de Comunicación, dependiente del Ministerio de Presidencia, emitió el mismo 24 de julio un "Mensaje de condolencias del presidente del Gobierno por el descarrilamiento de un tren Alvia en las cercanías de Santiago de Compostela". El texto contenía, en su quinto y último párrafo, cuatro líneas donde se transmitía el más sentido pésame por la pérdida de vidas humanas y por los daños materiales en el terremoto que había tenido lugar de madrugada en la localidad china de Gansu. Un desafortunado copia/pega.

XEN CUARTOx lugar, los medios de comunicación. Un análisis de toda la información vertida desde la hora del accidente nos depararía un alud de datos erróneos, interpretaciones precipitadas, preeminencia de la opinión sobre la información, falta de sensibilidad con los familiares de las víctimas, imágenes más o menos prescindibles, búsqueda del impacto emocional frente al rigor periodístico y un largo etcétera. La publicación del impresionante vídeo del descarrilamiento, procedente de una filtración de las cámaras de seguridad, sería la guinda perfecta a semejante pastel.

En quinto lugar, la solidaridad. Donaciones de sangre que en solo una noche podrían haber facilitado más de dos mil operaciones, trabajadores autónomos (hosteleros o taxistas) que ofrecieron ayuda gratis a los familiares, personal sanitario que dejó aparcadas sus vacaciones, bomberos y fuerzas de seguridad que se lanzaron a las vías desde el primer minuto para rescatar supervivientes.

La radiografía de un país que no funciona como debería. La radiografía de un país cuya sociedad civil se moviliza con fuerza cuando sobreviene un catalizador traumático. La radiografía de un país contradictorio y disfuncional, en el que las emociones son más poderosas que la razón, donde preferimos curar que prevenir. La radiografía de un país donde probablemente nadie asumirá responsabilidades por unas instalaciones que no eran óptimas, por una conducción temeraria, por un comunicado de prensa carente de todo respeto, por un periodismo que no es periodismo. Es maravilloso que salgamos a donar sangre en masa cuando hace falta, pero aún sería mejor que nos movilizáramos para que se asumieran todas esas responsabilidades.