Si no supiéramos que la única encuesta que vale es la del día de las elecciones, tendríamos ya a Mariano Rajoy decidiendo qué hacer con la cancha de baloncesto que mandó arreglar Rodríguez Zapatero cuando llegó al palacio de La Moncloa tras acceder a la Presidencia del Gobierno. Lo que nadie discute es que en la opinión pública ha calado el mensaje del PP subrayando la incapacidad del Gobierno para tomar medidas capaces de dar la vuelta a la recesión económica como lo están consiguiendo Angela Merkel y Nicolas Sarkozy .

Quizá porque el mensaje ha calado (el efecto se percibe nítidamente en las encuestas) es por lo que Rajoy parece haber modificado sus estrategia de crítica global modulando el tono de sus intervenciones. Llamativa ha sido ,por ejemplo, su posición ante las consultas independentistas celebradas en algunos ayuntamientos de Cataluña y significativo, también, la sustitución de portavoz (Cervera por Moneo ) en el debate parlamentario sobre la nueva ley del aborto. Rajoy se ve más cerca que nunca de La Moncloa y, quizás por eso, trata de moderar su discurso siguiendo la vieja teoría (defendida por Arriola , su asesor) que asegura que gana las elecciones quien convence al elector indeciso o desencantado, un votante que suele tener ideas centristas y repudia el griterío y la crítica política exacerbada.

Y, a todo esto,¿qué hace el PSOE? Pues esperar. Esperar, a la manera como el zar esperaba la llegada del general Invierno para frenar el avance de las tropas de Napoleón .En este caso, confiando en que dentro de dos años habrá remitido la recesión económica y Rodríguez Zapatero podrá encarar una campaña electoral sin el desgarro que suponen cuatro millones de parados, que son otras tantas papeletas de voto en manos de personas descontentas. Confían en ,suma, en que -como escribió Shakespeare en Macbeth- "no hay noche por larga que sea que al final no se encuentre con el día". Ya veremos como termina aquí el drama.