Hace un año, por estas mismas fechas, Mariano Rajoy tenía algo más que una intuición acerca de su futuro político. De los gestos e insinuaciones del entonces todopoderoso Aznar había colegido que lo había elegido como sucesor. Y acertó. Lo que no podía prever durante aquel plácido estío es que, al cabo de menos de un año, el PP habría dado con sus huesos en la oposición. Ni que quien un día fuera su mentor se acabaría transmutando, a raíz de la masacre del 11-M y de la debacle del 14, en su peor enemigo.

Se creía llamado a heredar una inmensa fortuna política, pero ahora a Rajoy le toca administrar la miseria de un partido ofuscado por la furia contra el adversario crecido y la nostalgia del poder perdido. Y, por si la misión no fuera lo bastante compleja, con un Aznar empeñado en reivindicarse como líder moral de la derecha, y con una derecha mediática ajena a cualquier moral.

Junto a estos mimbres, Rajoy pretende reconstruir el PP a partir del próximo otoño. Si de verdad aspira a refundar su partido, debería despojarse de todos los lastres que lo encadenan a la derecha intransigente con la que siempre compadreó, pero a la que jamás quiso pertenecer.

*Periodista