Ni con Rajoy ni sin Rajoy parecen tener los males del PP remedio. Con él, porque le mata. Sin él, porque se muere. Es decir; con él, porque casi nadie en ese partido cree que pueda ganar nunca las elecciones, y sin él porque, pese a ello, es el único que en las actuales circunstancias podría aspirar a hacerlo. ¿Quién, si no? ¿Ese chico, Costa , de semblante tristísimo que, sin posibilidades ningunas de agavilar en torno a sí a los disidentes, aprovecha la coyuntura, no obstante, para irse haciendo un nombre? ¿O tal vez Elorriaga , uno de los principales responsables de la última derrota de Rajoy? ¿Aguirre acaso, cuyo pragmatismo le hace preferir el pájaro en mano de su ínsula madrileña que los ciento volando de las Españas? ¿Mayor Oreja y esa su untuosidad que ya no inspira a nadie la menor confianza? ¿María San Gil , a quien las olas parecen ir llevando a las playas de Rosa Díez ? Descartado el debate interno de principios e ideas como causa del marasmo, pues ahí no rigen más principios que los finales, la conquista del poder, ni más ideas que las que se relacionan con la mejor forma de conseguirlo, ¿quién puede ofrecer hoy algo mejor al PP que lo que le ofrece Rajoy, que aun siendo poco es algo?

Asombra, no obstante, la escasa inteligencia no ya política, sino partidaria, de todos esos actores resueltos a malbaratar los réditos electorales que puede ofrecer al PP el desgaste del Gobierno en la presente legislatura por la crisis económica, antes que renunciar a seguir poniéndole chinas en los zapatos a Rajoy, que si tuviera ruedas, también le seguirían poniendo palos en las ruedas o pinchándoselas. Lo único bueno de todo esto, en fin, es que mientras se pelean entre ellos, a los demás nos dejan, después de cuatro años de tortura, un poco en paz.