De naturaleza diferente, dos atentados terroristas en Turquía y en Alemania volvieron a evidenciar ayer la vulnerabilidad e inestabilidad que caracterizan el mundo de hoy. En Berlín, hubo al menos nueve muertos y decenas de heridos cuando un conductor embistió a decenas de personas en un mercado navideño, en un ataque que inevitablemente recordó al sucedido en Niza hace unos meses. La policía alemana sostenía anoche como principal hipótesis la terrorista. En Ankara, un policía asesinó al embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov, en un atentado que dijo perpetrar como venganza por la masacre de Alepo.

Europa es objetivo preferente de atentados yihadistas vinculados de una forma u otra con Siria (por inspiración ideológica o cometidos por terroristas entrenados que fueron a luchar al país árabe, por ejemplo). A Turquía, por su parte, hace tiempo que su participación en el conflicto sirio le ha estallado en su propio territorio, con sangrientos atentados. Y Rusia ha usado su intervención en el país árabe como trampolín para su regreso como actor de primer orden en la escena internacional. De hecho, el atentado de ayer contra el embajador se produjo un día antes de que Moscú acoja hoy una cumbre sobre Siria en la que tan importantes son los participantes (los ministros de Exteriores de Rusia, Irán y Turquía) como las ausencias: EEUU y los países europeos.

Sobre las cenizas de Siria y con la sangre de miles de inocentes se está construyendo un nuevo orden mundial multipolar, imprevisible e incierto, que dio sus primeros pasos en una guerra, la de Irak, que la propaganda sostuvo que se declaraba entre otros motivos para hacer el mundo más seguro. Formalmente una guerra civil, Siria es mucho más: un conflicto con numerosas ramificaciones que afectan a su zona geográfica más inmediata pero también a la geoestrategia mundial. Los atentados de Berlín y Ankara son un recordatorio, otro más, de que la inestabilidad que emana de Siria afecta a muchos países en forma de refugiados, yihadismo y todo tipo de violencia.

El policía que asesinó al embajador gritó: «No se olviden de Alepo». Resulta imposible hacerlo. La ciudad siria no es solo símbolo sangriento de la inhumanidad; también lo es de una guerra, la siria, que ha convertido el mundo en un lugar muy peligroso.