No le gusta a Raquel Puertas que la llamen tránsfuga, pero es lo que es desde que seis días después de la constitución del ayuntamiento placentino dio el campanazo y se fue al grupo mixto. Entonces se mereció una crítica política en toda regla que, sin embargo, fue muy light de los concejales que en el último pleno auspiciaron los abucheos, pitos y pasquines con que fue recibida. Qué esperpéntica manera de reprobar su pacto de gobernabilidad con el PSOE. Pero claro: cerraba toda posibilidad de moción de censura.

Tampoco es que se merezca aplausos porque el transfuguismo galopante está desprestigiando la política y conductas como ésta animan al elector a quedarse en casa. Y más cuando la concejala procede del PP, que firmó el pacto antitransfugismo con sus actuales socios del gobierno socialista. Pero los principios morales no cotizan en política. Le salva su rechazo a cobrar un sueldo a cambio de una concejalía o su respaldo al PSOE a cambio de inversiones para Plasencia. Aunque es mujer imprevisible.

Con esa carita de no haber roto nunca un plato y su preocupación por los temas sociales, la duda es por qué una mujer ambiciosa abandonó el PP, donde iba para diputada autonómica, por seguir en su aventura personal al mismo José Luis Díaz, que hoy es su mayor enemigo político y, por lo que se ve, personal.